Entre la contemplación y la apatía
Nomadland, la premiada y aclamada película de Chloé Zhao (firme candidata para el mayor galardón en la venidera edición de los Oscars) es un viaje intimista y reflexivo que embellece lo desgarrador a través de un relato que tiende a la conexión absoluta o a la distancia irreversible.
Nomadland es una película en que la indagación, como idea disparadora, ocupa un rol preponderante. Hay búsquedas casi desesperadas como las que dirigen a Fern (Frances McDormand) y su mini-van a través de diversos abismos de la América profunda, obligada a reinventar su idea de hogar tras golpes como la pérdida de su marido, de su trabajo y, claro, de su casa, tras el cierre de la minera US Gypsum y la consecuente desaparición del pueblo de Empire, Nevada.
Por otro lado, la última película de Chloé Zhao también indaga en búsquedas más intimistas, relacionadas a la elección de un estilo de vida nómada que se halla en tensión con la tiranía del dólar y del mercado, tal como sostiene en el film el gurú espiritual del nomadismo, Bob Wells, quien se interpreta a sí mismo. En definitiva, más allá de si este curioso modo de vida minimalista surge como única alternativa a raíz de un sistema feroz (la película es una adaptación de “Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century”, novela no ficcional de la periodista Jesica Bruder sobre personas mayores que adoptaron el estilo de vida nómade tras el impacto de la Gran Recesión del 2008) o como una elección libre que responde al deseo de conectarse con la naturaleza, Nomadland se desarrolla en aquel designio de exploración con la propia convicción de una realizadora que, desde sus primeros largometrajes, optó por explorar mundos olvidados y, prácticamente, fantasmas. Claro que hay un mérito notorio de la realizadora para evitar airosamente los golpes bajos propios de un relato en el que sus tópicos centrales resultan más bien desgarradores. Pero esa acción máxima de búsqueda que Zhao traslada hacia sus personajes, en muchas oportunidades, es explorada a través de decisiones que pueden resultar apáticas para aquel espectador que necesite, no que sucedan cosas, pero sí aferrarse a una idea concreta.
En ese sentido, que la estructura de Nomadland mute entre la ficción y el registro documental, no implica necesariamente un problema para conectar con la obra. Sí, en cambio, conlleva una mayor dificultad que el impacto emocional propuesto por la directora resulte efectivo, ya que el desarrollo se concentra únicamente en el viaje de Fern a través de un acompañamiento rodeado de encuentros casuales, y aunque cada uno de ellos se centre en un eje temático concreto (que puede variar desde el testimonio de personajes como Linda May -también interpretada por ella misma-, que prestan su voz para referir al impacto de la recesión económica, hasta el debate sobre este estilo de vida minimalista y las posibilidades que ofrece), ninguno es explorado lo suficientemente como para fortalecer aquella premisa reflexiva, propia de una road movie en la que el lirismo propio de Terrence Malick es recurrente.
Por citar un antecedente, Hacia rutas salvajes (Into the Wild, 2007), que también abordaba el viaje de un joven que deseaba desprenderse de lo material, amén de no partir de la idea del nomadismo en cabeza de los olvidados, lograba acercarse con mayor calidez a los vínculos que Christopher McCandless (Emile Hirsch) construía en su camino y que, finalmente, serían fundamentales para la famosa conclusión final del protagonista. Claro que aquí el viaje de Fern es distinto y sus reflexiones, mayormente evidenciadas en lo gestual y no a través de una frase casi testamentaria, se encuentran condicionadas por un pasado irrecuperable. Sin embargo, aquel efectismo del que Zhao busca desprenderse acota las posibilidades de entregarse por completo al relato.
Probablemente –y como casi todos los años-, Nomadland sea una víctima más de sus propios resultados, materializados en infinidad de premios y críticas aduladoras, que finalmente repercuten de manera negativa en el espectador, decepcionado tras la promesa de una experiencia casi única. No obstante, la trilogía temática de Chloé Zhao, tras Songs My Brothers Taught Me (de 2015 y actualmente disponible en MUBI) y The Rider (2017), concluye en una más que interesante propuesta que, seguramente, será más cercana para aquellos que busquen disfrutar el virtuosismo de una autora que para quienes prefieran una conexión más intensa, identificable en mayor medida en otra gran candidata de esta temporada de premios como El padre (The Father, 2020).