HACIA RUTAS PLACENTERAS
Cuando en unas semanas Chloé Zhao se lleve el Oscar a la mejor dirección por Nomadland (damos por sentado que lo ganará), seguramente los comentarios periodísticos puntualicen en el hecho de que se trata de la segunda vez que una mujer se impone en ese rubro y se olvidarán, como pasa cada vez más con la corrección política y el privilegio de los temas por sobre el cine, de que detrás de todo hay una película y una muy buena. Y que los logros de Nomadland exceden cualquier tema de agenda. Nomadland es una película que habla de una crisis social y económica tremenda; de gente que elige caminos alternativos a los que el sistema presetea para todos nosotros; y también de las consecuencias de esas decisiones. Y lo hace con amabilidad, sin caer en excesos miserabilistas y con la personalidad de quien tiene una mirada autoral y sabe cómo aportar lo suyo para que territorios reconocibles como los que aborda el film luzcan nuevos y fascinantes.
Fern (una contenida Frances McDormand) es una mujer que ha enviudado y perdido su casa y su empleo en medio de la terrible recesión económica que atravesó a los Estados Unidos en los primeros años de la década pasada. Y Fern, como forma de subsistencia, agarra su camioneta y sale a la ruta: va de pueblo en pueblo, de changa en changa, cruzándose en el camino con otra gente que ha elegido la vida nómade como experiencia marginal al sistema, conociendo la América profunda. Hay en Nomadland algunas obviedades sobre el capitalismo y también muchas definiciones fáciles de decir, sobre todo por el momento político que atravesaba Estados Unidos en la era Trump, que fue cuando esta película fue pensada. Pero hay algo que le da dimensiones al film de Zhao y es la propia Fern: el personaje parece estar en un momento de transición, de indefinición respecto de su futuro, por eso observa, indaga, escudriña en silencio en esa forma de vida que la seduce pero que no la completa del todo. Y junto al personaje, la cámara de la directora se vuelve casi documental (la película cruza ese formato con lo ficcional) para registrar ese territorio como si de una experiencia real se tratase. Es precisamente en esa apuesta formal donde Nomadland se impone, porque apuesta antes por la curiosidad del espectador que por los giros melodramáticos que la historia pueda tener.
Es verdad que a veces Zhao se engolosina con la cámara y su película cae en ciertos preciosismos visuales, y que la música está usada de una manera un tanto invasiva. Pero son detalles de una película que por otra parte tiene para ofrecer un espíritu relajado y sosegado para enfrentar los muchos pesares que la atraviesan: desempleo, desamparo, muerte. Eso está presente y aporta un clima pesaroso, pero también está presente lo otro, la ruta, los caminos, que son rutas en tanto objeto explícito de la película, pero también opciones, que son las que Fern tuvo y parece tener. Y que son el gran tema de Nomadland. El personaje de David Strathairn aparece en el horizonte como una opción para la protagonista, pero también como la contradicción que a veces existe en determinadas posiciones. Puede que Zhao termine ofreciendo una salida políticamente correcta a la crisis del sistema (y de su protagonista), pero también es cierto que la película acepta que ese camino tiene sus complicaciones y que algunas decisiones tienen sus consecuencias.