Non-Stop: Sin Escalas además de ser un thriller lleno de acción en espacios físicos reducidos es un juego. De hecho podría ser una versión cinematográfica -y en el aire- del juego de mesa americano Clue (o de la versión local Misterio). Es que independientemente de la ya casi ridícula premisa del avión secuestrado, el planteo lúdico dura hasta el final y está llevado a cabo con la habilidad necesaria para no traicionar el punto de vista. Sin deus ex machina ni tomadas de pelo o engaños al espectador como en la menos-inteligente-de-lo-que-parece Los Sospechosos de Siempre. Porque Non-Stop además de ingeniosa es honesta. Toda la información está ahí desde el inicio, y, sin embargo, el juego de la adivinanza y la deducción se torna complicado y el suspense se extiende hasta el desenlace.
El ya sexagenario Liam Neeson interpreta a Bill, un ex cana derrotado y alcohólico devenido air marshal, un proletario de la seguridad que ni le gusta volar pero cumple con su rol de protector de los vuelos que salen de USA posparanoia 9/11, y es acusado de secuestrar un avión que vigila. Non-Stop juega todo el tiempo con los clichés de las películas antiterroristas pos 2001; diría José Luis Torrente que “en el avión hay chinos, negros, moros y venga más”. Es que la película camina por la cornisa del prejuicio casi como broma constante a los espectadores no solo por el tópico central sino mediante la utilización de un personaje musulmán que se roba los planos medios cuando el héroe busca culpables.