En sentido de verdad el titulo original da por sentado a qué nos estamos enfrentando, el agregado de “sin escalas”, hasta en términos formales de significación, termina por ser bastante confuso.
El “Non Stop”, o sea el sin parar, o el no detenerse, da cuenta real que estamos frente a un texto que hace honor pura y exclusivamente al genero de acción, por lo que casi todos aquellos elementos agregados, léase puntos y parámetros del thriller, o el suspenso, no dejan de ser otra cosa que adornos, espejitos de colores, que ni el más distraído espectador se las cree.
¿De que trata la historia? Bill Marks (Liam Neeson) es un veterano, retirado y alcohólico policía, que ahora se desempeña como agente del servicio aéreo de los marshalls.
Se supone que desde siempre en la política de seguridad aeroportuaria, en los aviones comerciales, uno de estos personajes puede operar de incógnito, máxime desde los atentados a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Nuestro héroe en cuestión no sólo en apariencia esta harto de su cotidianeidad, sino que hasta descree que sus habilidades estén intactas.
El director utiliza todos los recursos narrativos del género para hacer avanzar un relato que no es otra cosa que un gran catalogo de lugares comunes. En este sentido la utilización del leve fuera de foco, sumado al “ralenti”, en el punto de vista del personaje sólo está puesto para que sepamos, antes de saber de él realmente, que algo no está como debe estar, por lo que basta un gesto de bondad para con una desconocida (una niña) para que simultáneamente nos ubique en la empatia con el individuo en cuestión.
Él particularmente se siente bastante escaldado tanto con el mundo, como con su vida y, particularmente, con su profesión, pues ya no concibe su tarea como un compromiso para proteger vidas sino como una rutinaria ocupación, más parecido al que se desarrolla en una oficina que a bordo de una aeronave.
En unos de esas jornadas rutinarias, en un día como cualquier otro, durante el viaje transatlántico de Nueva York a Londres, comienza a recibir en su teléfono celular una serie de misteriosos mensajes de texto en los que, extorsión mediante, se le pide que exhorte al gobierno a hacer una transferencia de 150 millones de dólares a una cuenta bancaria secreta, caso contrario un pasajero moriría cada 20 minutos.
El juego del gato y el ratón se ha instalado y se desarrollara a 20.000 metros de altura, con la vida de los 200 ocupantes del avión pendiente de un hilo. La acción no se detiene, esto desde la estructura narrativa, y no hay donde hacer escalas.
¿Qué produce el enganche para que la trama, ya vista millones de veces, sea más o menos efectiva y no aburra?, en principio se le debe atribuir al manejo de los tiempos expresivos instalados por el realizador, sobre todo desde el montaje, acelerando cuando es necesario, como corresponde a un filme de acción, pero poniendo la pausa cuando se trata de construir y constituir a los personajes, o en los elementos de progresión dramática que resultan de importancia para que el espectador los registre, en la primera variable la mencionada escena de ascenso al avión con una niña pequeña en juego, en la segunda, el plano detalle de la placa de policía del protagonista mientras se fuma un cigarrillo en el baño del avión en pleno vuelo.
La producción se sostiene por el ritmo implicado y por las actuaciones más que convincentes, empezando por Liam Neeson, pasando por la todavía increíblemente bella Julianne Moore (Jen), y concluyendo en Scoot McNary (Tom), sin olvidarnos de la preciosa actriz inglesa Michelle Dockery, como Nancy, una azafata que aparenta ser otra cosa
Si embargo, el punto más bajo de la realización se da en el guión, desde lo enmarañado que resulta su desarrollo, sobre todo por la cantidad de personajes puestos en juego, hasta determinados componentes de los mismos que colocan al producto en una línea muy fina de la discriminación o, más claramente hablando, la portación de rostro y/o vestimenta de sospechoso.
Esto utilizado para trabajar con los tópicos más comunes, tales como el “falso culpable”, el personaje como mera distracción, los juegos psicológicos de dominio alternado, o la más simple de “vamos a morir todos” puesto como subterfugio sensible, el McGuffin hitchcockiano, esto es el elemento alterador del orden casi conseguido.
Dicho de otro modo, si algo produce suspenso mientras vemos la proyección no es que nos terminen mostrando o resolviendo el conflicto exponiendo a los antagonistas ocultados en la supuesta subtrama del conflicto interno del personaje principal, sino que lo que realmente, y a partir del primer punto de quiebre, sostiene el suspenso es ver cómo los guionistas se las ingenian para desatar el nudo que ellos mismos fabricaron.