Daniel Hendler debuta como director con una película que evita los lugares comunes
Hay un tipo de comedia que aparece de vez en cuando en el cine argentino (aunque esta vez deberemos decir "rioplatense"). Hablamos de aquella que no apela a la obviedad y el lugar común para intentar ganarse la complicidad del espectador, sino que elige más bien un tipo de humor que podríamos calificar arbitrariamente con diferentes adjetivos que remiten más o menos a lo mismo: asordinado, leve, ¿bajas calorías? Llámelo como usted quiera. Lo que esas comedias evitan de plano es el trazo grueso, el remate cantado, los personajes prototípicos. Naturalmente, toda película espera la complicidad del público, lo que varía son los caminos para lograrla. En la tradición más noble y silenciosa se inscriben algunos filmes de Martín Rejtman y Juan Villegas, por citar apenas dos casos.
Daniel Hendler -que trabajó con Villegas y parece haber nacido para encarnar cierto tipo de papeles que calzan a la perfección en estas películas- debuta como director con Norberto apenas tarde , la historia de un personaje taciturno y algo desangelado que tras ser despedido de una compañía aérea encuentra cobijo en una inmobiliaria, donde trabaja puramente a comisión. En algún momento alguien le sugerirá un curso de "reafirmación personal" para lograr mayor convicción frente a los clientes, y es allí donde Norberto descubrirá una faceta oculta de su personalidad que abrirá un nuevo panorama en su vida (lo que el propio Hendler definió, reflexionado sobre el proceso de la actuación en una entrevista reciente, como "ese monstruo que tenemos encerrado y que cuando aparece desequilibra un poco").
El argumento es sencillo, hasta un poco trillado, pero lo que pone las cosas en otro lugar es lo que justamente Hendler aporta como director: una puesta en escena completamente funcional a la trama, un trabajo de montaje que suma dinámica y hasta cierto vuelo poético y un estilo de actuación que evita el grotesco y los subrayados (no sólo se luce el protagonista, Fernando Amaral, sino que también es notable el trabajo de Silvina Sabater, actriz que suele ser elegida con frecuencia por Daniel Veronese para sus obras teatrales). Una vez que Norberto escapa transitoriamente del agobio de la rutina a fuerza de mentiras un tanto inofensivas y del impulso de una vocación posible, cae en la cuenta de que hay todo un universo para descubrir al que ha llegado, por suerte, apenas tarde. Inteligente y respetuosamente, Hendler nos propone que imaginemos el futuro de ese hombrecito entrañable como se nos antoje.