Comedia, pero con bajo perfil
Una salida al teatro le empieza a cambiar la vida al protagonista. A partir de allí, la película sigue a ese “otro” Norberto, y lo hace con un humor tristón y un tono opaco. Hendler dirige como actúa, negándose a la emoción fácil y a la trampa de la transparencia.
“Es bastante onírica la obra, ¿no?”, le comenta su amigo a Norberto mientras hacen pis en el baño. “Onírica: está para pegarse una siestita”, aclara el otro. Norberto, su mujer y unos amigos fueron al teatro porque ya no quedaban entradas para el cine. Embolados, los otros se van antes de que empiece la segunda parte. Norberto se queda. Nunca antes había ido al teatro, que se sepa, pero algo parece haberle pegado. Tanto que unos días más tarde empezará a tomar clases de actuación. Tanto que a partir de esa casualidad es como que algo en su vida se destapa. Si fuera una de Hollywood, Norberto apenas tarde sería la enésima versión del cuento del patito feo. Tal vez lo sea, pero sin épica de por medio, sin “tú puedes”. Sin que quede del todo claro, incluso, cómo va a seguir la vida de Norberto después del último plano. Opera prima como realizador y guionista del popular actor uruguayo Daniel Hendler (el de 25 watts, El abrazo partido, Derecho de familia, Mi primera boda), Norberto apenas tarde es como Hendler. Como actúa Hendler, al menos. Poniendo paños fríos donde otros arderían, negándose a la emoción fácil, a la trampa de la transparencia. Eso la hace ambigua, incierta, incómoda por momentos.
Lo incómodo es Norberto: no es fácil hacerlo encajar donde uno creía. Hay algo ligeramente patético en él. Tal vez la combinación de campera beige con camisa y corbata, o la falta de desenvoltura con que muestra un departamento para la inmobiliaria para la que empezó a trabajar, o la alarma del auto que nunca le funciona, o que no se anime a contarle a su mujer que lo despidieron de Uruflights. Y, sin embargo, hay razones para todo eso: la culpa de la corbata la tiene el careteo de medio pelo de Castiglia Propiedades; la de la su turbación, su jefe, psicopatoncito culpógeno; la de la alarma del auto, el apriete económico por el que pasa; no contarle a la mujer... Para eso parece haber menos razones: Silvia (la argentina Eugenia Guerty) no da la impresión de ser la típica “bruja”. Aunque tampoco está muy justificado que lo trate de “hijo de puta”, cuando él le ofrece irse de casa en lugar de ella. Es que llega un punto en que Norberto ya es otro. Por eso tiene que irse, cambiar.
¿Pero qué clase de otro es ese otro Norberto? Eso ya es más difícil asegurarlo: en el curso de unas semanas lo vimos comportarse como un quedado, como un desubicado, como un tipo que tiene claro lo que quiere, como uno que se está descubriendo, como un mentiroso y así sucesivamente. Otra cosa: ¿Norberto actúa tan bien como le dicen sus compañeros, se lo dicen de buenos que son o es que son todos medio maletas y él uno más entre ellos? Cada uno sabrá.
“Comedia triste”, caracteriza, preciso, el propio Hendler. Tal vez, más que triste sea tristona: lo de Norberto apenas tarde es la media agua, la transición, lo no definido. El no llegar tarde del todo: apenas tarde. Hay algo de las películas de Martín Rejtman o de Aki Kaurismäki en ese carácter, en el hieratismo cómico, en la opacidad de tono. Pero tal vez sea simple uruguayidad. Uruguayidad que la hace pasar de la grisura de oficinista benedettiano (con un aire de fatalismo a la Onetti flotando como nube cargada, pero sin descargarse jamás) al absurdo seco, a lo Leo Masliah, quien no por nada hace un cameo (otros están a cargo de Arturo Goetz y Ana Katz, realizadora de Los Marziano y mujer de Hendler).
Así como Hendler mantiene ese tono absolutamente bajo control (o casi: hay un par de risas no del todo convincentes), parece imposible imaginar un Norberto más adecuado que el para noso-tros desconocido Fernando Amaral. Más conocido es César Troncoso (El baño del Papa, Matar a todos), que vuelve a lucirse como verdugueador de entrecasa o triste capanga de paisito.