Una historia atonal con buenos actores
Así como otras películas superan records de asistencia de público, es muy probable que ésta supere records de inasistencia. El mérito pertenece a Daniel Hendler, y decimos mérito porque parece que ésa es la intención. Un humorismo abúlico, en sordina, una historia atonal, donde pasa poco y nada, o, dicho de otra forma, donde nada de lo poco que pasa nos despierta y conmueve, todo eso es deliberado. Y sin embargo, superado el natural amodorramiento, cabe apreciar no sólo la coherencia de estilo de cierto sector artístico montevideano, afecto a ese tipo de obra, sino también, y sobre todo, el espíritu de Hendler en su primera película como realizador.
Hay una discreta ternura en su relato, y buen sentido de observación sobre el ambiente en que se formó. No se trata de una historia autobiográfica, como podría pensarse, pero ahí está el mundo de su adolescencia y primera juventud en la Gran Aldea Cisplatina: el Teatro Circular y el de La Gaviota, los bares de aspirantes a bohemios, las ansias de los jóvenes y su aspecto indolente y fastidiado, la mirada de los otros, la exigencia laboral (la alienación que le dicen), las calles simples, la irónica distancia entre lo que se es lo que se podría ser con suerte y con esfuerzo, las mentiras que alguien se inventa mientras espera que le llueva un día mejor, los pobres triunfos pasajeros de una noche de estreno, pero qué hermoso, para cada uno, es ese pequeño triunfo de una noche.
Eso es lo que hay, a través de la pequeñísima historia de un gordito que entra casi de casualidad en un grupo vocacional donde, lógicamente, se siente mejor que en su empleo, pero no maravillosamente mejor. Una película estadounidense hubiera culminado con la aparición de un productor ofreciéndole al gordito un contrato suculento luego de un exitoso debut escénico, y así el tipo cambia formidablemente de vida y pum para arriba. Aquí la cosa es bastante distinta, y se agradece, por más que, cuando llega el final, uno se diga «¿y eso es todo?»
A señalar, el trabajo del protagonista Fernando Amaral en su primera labor para el cine. La presencia del director teatral Roberto Suárez como profesor del grupo aficionado (dicho sea de paso, acaba de dirigir su propia película, «Ojos de madera»). Y, en particular, la aparición del octogenario maestro Roberto Fontana, que aún mantiene la estampa y la voz profunda que lo caracterizaron a ambos lados del Plata. No podía faltar, él fue quien impulsó a Hendler a dedicarse profesionalmente a la actuación.