Una película amable, si bien tiene su costado oscuro. El señor Norman es un tipo de profesión indefinible: un buscavidas que consigue relacionar a una persona con otra sobre todo para los negocios. Es parte del mundo judío de Nueva York, que por una vez es retratado sin folclore por un preciso cineasta de origen israelí. Un buen día Norman se hace amigo (o algo así) de quien será Primer Ministro de Israel. Su prestigio crece pero esa importante relación se diluye, y se sustituye por engaños menores. Todo es sátira, aunque no desbocada, y Gere crea un personaje al mismo tiempo entrañable y molesto, lo que no deja de ser una hazaña. La idea de un “fixer”, un tipo que arregla cosas en una ciudad que es un cosmos, es atractiva, y se vuelve una broma a medida que la película transcurre con no pocas sorpresas y giros, siempre dispuestos de modo creíble y, por lo tanto, efectivo. Los actores juegan con mucho cariño sus roles y logran que creamos que son seres humanos. Hay pocas películas así, cuya calidez no disuelve su inteligencia.