Todo, por una caja de zapatos
Richard Gere es el centro del filme: alejado del rol de galán, se afirma como muy buen actor.
A los 68 años, Richard Gere ya no da para hacer de galán. Idos los tiempos de American Gigoló y Mujer bonita, el actor que tantos dolores de cabeza da por el Tíbet afronta en Norman, el hombre que lo conseguía todo conseguir algo: hacer creíble a su personaje, un tipo que hacer creer a medio mundo, en las altas esferas del poder, que es un hombre de negocios.
Norman acaricia un sueño: hacer un gran negocio que lo vuelva rico, a él, y si no queda más remedio, a otros. Para ello, construye una identidad –que medio se la cree- y llega a contactar a un virtual y probable Primer ministro israelí. En Nueva York hace un gasto (y un gesto: le compra un par de carísimos zapatos) que, dirá luego, “fue la mejor inversión de mi vida”.
Tal vez a Norman la película le hubiera convenido una mayor síntesis. Hay una vuelta de tuerca al final que esclarece muchísimo todo lo que hizo el protagonista, y explica el por qué para los que no prestaron la debida atención al comienzo.
Gere es el centro del filme, por más que está rodeado de talentos (Michael Sheen, Steve Buscemi, Charlotte Gainsbourg, Josh Charles, Dan Stevens, el israelí Lior Ashkenazi). En cada conversación desnuda cómo es su personaje, y para los que piensan que nunca ha sido un buen actor, sepan que ya no hace su típico tic achinando los ojos, ni muestra su sonrisa prefabricada.
Y les devolverá un golpe directo al mentón cuando menos lo esperen.