Con el estreno del trigésimo octavo documental argentino en el 2013 hay que notar la enorme variedad de temáticas abordadas, y la escasa originalidad de las propuestas estéticas. Para no contradecir opiniones anteriores es importante sostener la idea del contenido por sobre la forma cuando de documental se trata. Las estructuras narrativas se mantienen bajo una misma fórmula de factura, efectiva y probada, aunque más cerca de un formato televisivo que del cinematográfico, pero es entonces el contenido el factor principal del objetivo buscado. Entrevista – archivo –entrevista – fotos… y así sigue el círculo. El resultado final depende de las pericias del guionista, de la dirección y la compaginación. Por una parte enfocar en redondear la idea y seleccionar el material, la otra en darle vida y ritmo a todo lo preconcebido.
A priori “Nos habíamos ratoneado tanto”, que suena como titulo de un espectáculo de teatrote de revista, resulta interesante como propuesta. Una mirada al pasado reciente, con el retorno a la democracia, la sociedad argentina se debatía en enredos morales. Nos libramos de los militares pero los tabúes ya estaban férreamente instalados en el inconsciente colectivo. Hablar abiertamente de sexo era difícil, prohibido, censurado, furtivo… imagine mostrarlo. El escándalo estaba a la vuelta de la esquina con las revistas y la TV pícara condenada por las señoronas moralistas.
En definitiva, una temática de revisión con muchas posibilidades, tanto en riqueza de contenido como en posibilidad de reflexión, que el director Marcelo Raimon desaprovecha al hacer de la fórmula ya mencionada un abuso. “Nos habíamos ratoneado tanto” gira incesantemente sobre lo mismo. Entrevistas a diferentes personalidades, algunas analíticas de la época como Marcelo Olivieri o Jorge Guinzburg, y otras protagonistas de ella como Vicky Olivares, Elvia Andreoli, Noemí Alan o Silvia Pérez. A todo este material se le insertan imágenes de tapas de revistas “Libre”, “Destape”, “SOC", y muy, pero muy poco, archivo fílmico o televisivo que al menos sirva para ilustrar los pensamientos entre el ayer y el hoy. Cada segmento del documental comienza con la imagen de un televisor viejo, dentro de cuya pantalla encontramos las imágenes de los especialistas grabados en una oficina o en un bar. Un recurso visual burdo y anacrónico que resta en lugar de sumar.
Si no fuera por la palabra de los protagonistas no habría casi nada que no sepamos ya. Y a esto hay que agregarle la ausencia de varias personalidades como Moria Casán, Susana Traverso, Susana Jiménez, y varios etcéteras por no mencionar la ausencia total de artistas y cómicos alrededor de los cuales giraba una parte importante del destape argentino de los ochenta, aunque más no fuera con archivo fílmico.
Habría que ver cuánto aporta esta producción a las generaciones que quieran entender esos años desde ese punto de vista. Quizás funcione como un disparador para querer profundizar, porque claramente con esta realización no alcanza. Deja con ganas de más.