Sencilla metáfora de una etnia que se extingue
A simple vista, todo pasa de modo tan tranquilo y sencillo que el valor simbólico de la anécdota corre el riesgo de pasar desapercibido. El asunto transcurre en un pueblo del Chaco Salteño, en el hogar de una familia de medio pelo con la mujer al mando, chicos, hija mayor próxima a cumplir los 15, una criadita y un marido "ocasionalmente ausente". Por ahí parece que fija residencia pero nada cambia demasiado. Lo importante para la mujer es la fiesta de 15 de la hija, que se hará en el patio de tierra de las casas. Lo importante para la hija es memorizar los pasos de un baile español con que la madre quiere que se luzca. Y más importante todavía, arruinarse el pelo con las tijeras.
En eso andan estas mujeres, cuando se les da por arruinarle también el pelo a la criadita. Que lo tiene largo, renegrido, lindo sin ningún esfuerzo. No hay violencia, simplemente hay gente que se mete y decide por cuenta de otro. Y la chica es apagadita, no sabe negarse. Y para peor "no se halla". Toma un poco de fiebre. Las otras la cuidan, la atienden, pero no la entienden
La chica tiene su mundo. Cada tanto entramos a él, con cuentagotas. Allí se conservan pequeños asombros de infancia, consignas transmitidas por generaciones, palabras dulces de seres queridos. Ella las evoca en voz baja, calma, pausada, musical. En wichi. En un país de 40 millones de habitantes, sólo quedan unas 25.000 personas que hablan wichi. La película nos da la oportunidad de escuchar algo de esa lengua, y acercarnos a lo que ella representa, antes de que todo eso se pierda.
No hay mucho más. Nada está subrayado, nada pretende imponerse como visión única. Alguien puede ver el corte de pelo como alusión a la tala de bosques de esa región, un gesto inconsulto a la gente afectada. O puede encontrar ejemplos cotidianos del concepto de otredad y ajenidad dentro de un mismo espacio. Vislumbrar formas distintas de vivir una misma etapa de crecimiento. Percibir la disolución silenciosa de una cultura. O no ver nada de eso. Como la mujer de este cuento, cuando el cura lee en su sermón la primera carta de San Pablo a los corintios ("Si yo hablase lenguas humanas y angélicas pero no tengo amor") y ella sale y comenta, medio desdeñosa, "No sé lo que me quiso decir".