Un mundo sin hombres
En la habitación de Judith el sol apenas entra por algún resquicio de una persiana. En realidad, la directora Julia Pesce toma la decisión de no filmar el afuera. Salir a buscar el sol y registrar ese ciclo natural de todas las mañanas dista mucho de lo que se vive minuto a minuto en la habitación de Judith. El parentesco de Julia con ella – tal vez en otro tiempo jefa de ese clan de mujeres que atraviesan el universo de Nosotras-ellas- es tan directo como la inevitable espera en los últimos días de la anciana acompañada por las otras mujeres.
La rodean sobrinas, cuerpos que por la fragmentación de la imagen conforman las partes de un todo. La cámara de Julia respeta la dignidad de los cuerpos pero no traiciona al paso del tiempo y al deterioro de algunas, la piel arrugada, las manchas, lunares, todo permanece, tiene su tiempo y su historia como la que se va apagando en el silencio que genera el dolor.
Este documental abraza la naturalidad y la cotidianidad como parte de una idea estética más que un postulado ético. La intimidad se traduce a veces en la desnudez sin tapujos, o en el acto de orinar sin hacer alharaca de la presencia de una cámara en tiempos exhibicionistas. Pero lo importante aquí más allá de la anécdota escatológica es que cada imagen vale lo mismo dentro de la organicidad del relato. También ocurre lo propio con Julia Pesce y su doble rol de directora, hija, hermana, sobrina y nieta en un sistema donde la ausencia de hombres parece un código o forma parte de una tradición transmitida por generaciones.
El desdoblamiento de los roles de estas mujeres provoca por un lado la tensión entre el amor y la responsabilidad en el cuidado del otro, aunque encajan en la circularidad planteada a partir del relato donde la muerte y la vida se dan de esa manera.
Hay un axioma que reza que las excusas no se filman, parece que la muerte tampoco puede filmarse y por eso el fuera de campo hace de la ausencia una presencia mucho más poderosa en esa habitación, que ahora da espacio a otras mujeres.
Ciclos vitales, cuerpos, amores, recuerdos, transitan en los recovecos de una casa que también es un personaje desde el punto de vista asumido por la directora. La resistencia de la memoria es otro punto que sobrevuela cuando el Alzheimer transforma a Judith y también a quienes la rodean. Entonces, la voz en off de Julia la hace presente, con recuerdos de Judith y Malena su hermana, la designada -quizás- para cerrar el círculo y aprender a cuidar al otro desde cero con una nueva integrante al clan.
Nosotras-ellas elige confrontar con los vínculos, los afectos y las maneras de relacionarse a partir de la distancia adecuada entre una cámara en mano y una directora consciente de que la autorreferencialidad es un camino difícil y arriesgado cuando no se lo transita con sensibilidad y poética. Vale la pena arriesgarse y entrar en ese difuso pero fascinante terreno donde más de un espectador podrá sentirse identificado con situaciones que gracias a elipsis bien utilizadas ilustran de forma contundente que eso es todo y no una parte.