Singular manera de expresar un duelo
La madre murió y las tres grandulonas que tuvo de hijas todavía no crecieron. Y es difícil que alguna vez maduren del todo. A alguna gente el dolor la hace crecer, a otra solo la empuja hacia regresiones de distinto calibre. Eso es lo que pasa con las criaturas de esta película, pero, bueno, a fin de cuentas cada cual expresa su pena y su incertidumbre como puede.
La situación ya ha sido transitada, y bien transitada, varias veces por el cine. Alguna figura determinante de la familia ha muerto, y las nuevas generaciones vuelven a la casa natal para hacer el duelo y despedirse no solo de esa figura sino también de la propia casa, de sus muebles y rincones. Ya nada será como antes, y por eso mismo ya ni la propia casa será de ellos. Lindas películas, sentidas actuaciones, música melancólica, ambientes exquisitos de un tiempo que pasó, etcétera. Ya se imagina uno a los hijos de la noble difunta, todos de traje, conversando en el parque junto a la piscina. Bien. Acá hay una pelopincho en un fondo pequeño lleno de yuyos. Y las nenas éstas visten de entrecasa, por no decir que están medio impresentables. Y no se puede decir que tengan grandes, sentidas y poéticas conversaciones. No exactamente.
Pero pasa algo singular. Precisamente porque esas personas son un tanto ridículas y hacen tonterías, se puede expresar a través de ellas varias cosas serias, y nosotros las podemos recibir sin que nos duelan tanto. Es un buen método, y además barato. Así lo practica la autora debutante María Eugenia Sueiro, con atendibles resultados, amable juego de actrices, un blanco y negro que despeja problemas y da buen tono, dibujitos infantiles en la presentación, y, de fondo, un temita juguetón. Otro mérito: el chiste apenas dura 70 minutos.