Las heroínas de la tierra
En cierto sector de la sociedad hay un fastidio generalizado sobre ciertos hechos históricos recientes. Entre fines de marzo y principios de abril hay dos fechas fundamentales: una para recordar el comienzo de la última Dictadura Cívico Militar y la otra que conmemora el Conflicto del Atlántico Sur (como se la debería llamar a la Guerra de Malvinas). Ambos sucesos se balancean entre la evocación y el olvido. De esto último hay mucho, porque si bien pasaron 39 años no se dejan de descubrir pequeñas historias, muchas de ellas muy particulares, que representan grandes temas.
Las historias de Alicia Reynoso, Stella Morales y Ana Masitto son las de las catorce enfermeras de la Fuerza Aérea Argentina que atendieron en Comodoro Rivadavia a los soldados heridos en Malvinas. El documental de Federico Strifezzo abre con la desolación de un terreno descampado al costado del Aeropuerto Mosconi; allí caminan ellas tres en busca de huellas del Hospital Móvil del que no quedó nada más que polvo; “ni siquiera una placa” dice una de estas enfermeras olvidadas no solo por la historia sino también por los recordatorios oficiales y los propios veteranos. En el recorrido por el espacio árido hay una luz, que paradójicamente sale de lo subterráneo cuando hallan el refugio construido en lo que era una suerte de sótano por debajo del hospital móvil. Las tres enfermeras intentan encontrarle una explicación lógica a la desaparición de todo rastro de ese espacio que fue fundamental durante la guerra. Más allá de la dejadez de los gobiernos hay en las maderas ajadas y podridas un imponderable: el paso del tiempo.
Dentro de este regreso a la ciudad, se presentan momentos de catarsis sobre la necesidad de bloquear la memoria; también pequeños vistazos a las vidas posteriores de Alicia, Stella y Ana. Cuando revisan las revistas de ese tiempo que las exponían como personajes extravagantes (entre los titulares aparecen frases trilladas como “perfume de mujer”), emerge el recuerdo del trato que tenían los superiores sobre ellas, principalmente el “no hablen” refiriéndose al trato con la prensa. La comunicación fue la única arma que supo manejar el General Galtieri (el máximo responsable de la Junta Militar en 1982), que por supuesto no resistió más allá del momento que duró el conflicto con Gran Bretaña. En el avance progresivo de este camino de regreso, las tres explican la importancia de ser reconocidas como “veteranas de guerra”, algo que no lograron todavía de parte del Estado ni tampoco de los propios veteranos, quienes impiden que coloquen placas en los monumentos. Los argumentos sobre porqué deberían ser consideradas “veteranas de guerra” alcanzan dos situaciones. Por un lado, la pobreza intelectual circundante que precisa de una explicación para que se comprenda que unas enfermeras de la Fuerza Áerea en medio de un conflicto bélico sean consideradas veteranas. Por el otro lado ingresa la cuestión de género. Este último aspecto no es abordado plenamente por el documental; los testimonios tan solo salpican el tema sin jugar la carta del feminismo explícito. Algo aparece, por deducción, en la escena del ágape tras un acto del 2 de abril: allí Stella increpa, con humor pero también con firmeza, que la labor que cumplió junto a sus compañeras (y hoy amigas) fue fundamental. La contención en un momento de angustia y de cercanía con la muerte tiene algo de magnético; en sus rostros y en sus voces quedaron impregnadas esas estelas dejadas por los soldados que imploraban por sus madres mientras yacían en manos de Dios.
Como una trama circular, el documental de Strifezzo arranca en un desierto y termina en él. Lo que se percibe es un halo de justicia que emerge en forma de cine, el lenguaje que muchas veces viene a poner un parche entre tanta desigualdad y destrato sobre ciertos temas importantes.