La primera toma donde podemos identificar con detenimiento el rostro de Gilbert (Daniel Auteuil) antecede al plano de un perro observándolo jadeante. Si esto no es suficiente indicio de que estamos ante un hombre domesticado, también nos lo sugiere el montaje tan equilibrado de los primeros minutos. A cada plano fijo, lo siguen tomas breves donde la cámara se mueve, sea con travelings o en vehículos moviéndose. El problema es que la dirección no mantiene la coherencia con esto más allá de las primeras escenas de la obra.
Nosotros tres, de José Alcala, trata de las dificultades económicas y afectivas que atraviesa el matrimonio de Gilbert con Simone (Catherine Frot). Ella mantiene una relación con Etienne (Bernard Le Coq). Desde el principio su esposo lo sabe y no hace mucho alarde. Las facilidades de caer en el melodrama inconvincente no son el mayor problema de esta película. Lo que complica más la obra son los dos tonos que no terminan de engranar.
Tomemos por ejemplo la escena en la que Auteuil se sube a la baranda del balcón como si fuera a lanzarse. Un gran plano general muestra el cielo, el paisaje y los pájaros volando. Simone lo está viendo de lejos. El corte al siguiente plano de ella salvándolo es tan abrupto, que su rescate torpe (se caen juntos por el balcón), en vez de ser gracioso; entorpece el ritmo y habla de un problema de montaje que está saboteando la obra.
El problema principal está en el guion de Alcala y en colaboración con Agnès Caffin. Las situaciones son las de esperar: el esposo amargado, padre e hija peleados, la oportunidad de destacar con el nieto aburrido. De todas maneras, ello no impide que haya escenas significativas, como la de la discusión álgida entre los protagonistas. Cuando comienza la secuencia con un plano americano, ella fuma marihuana y el espejo en la pared refleja su nuca. En el clímax, ellos discuten y el plano/contraplano muestra otro espejo detrás de él que no lo refleja, ni a ella tampoco. Ella está frente a una pared decorada. Ninguno aparece en el plano del otro, a pesar de que haya un objeto que pueda reflejarlos. Las imágenes nos lo están sugiriendo: él está tan ensimismado que ni se ve a sí mismo y ella es un decorado para él.
Si consideramos que ya van varias décadas desde que el cine se detiene en los fracasos de la institución familiar, parecería innecesaria otra incursión en el tópico. Pero sobre todo la intimidad actoral de Frot, ya con tres décadas de carrera a cuestas, nos tiene que decir lo contrario gracias a ciertas escenas.
Al final, la película no esquiva los tropiezos genéricos con los reencuentros y las reconciliaciones entre miembros de familia. A pesar de ello, una escena como la de Simone y Gilbert en el balcón del hospital concreta un cierre genuino entre ambos. Aquí los planos y contraplanos incluyen los perfiles de ambos en cada toma. Sus rostros de perfil hablan de conflictos y ciclos aceptados. Es una escena breve y diáfana. Incluso una película como esta, muy simple incluso para sus humildes intenciones, alcanza momentos como este gracias a sus actores y sus sentidos dentro de la imagen.