Un juego de siluetas de sombras recortadas
Como en su anterior film ¡Huye!, el director Jordan Peele delinea un mundo escindido y manipulado, con la publicidad como herramienta de control.
En primera instancia, podría señalarse que la temática del doble o doppelgänger ha sido abundantemente abordada y sí, es cierto, y qué bueno que todavía continúe como motivo cinematográfico. De hecho, no hay medio más acorde que el cine para la persecución de esa sombra escurridiza, disfrazada de proyección fantasma. Si no hubiese más películas sobre el tema, el cine no sería cine. Por otra parte, y siempre desde el cine, la problemática del doble se ha expresado como nudo de un movimiento -el cine alemán de entreguerras- y/o desde la consolidación del cine de géneros, entre ellos, el terror y el cine negro. Ambas situaciones se entrelazan.
A partir de allí, habrá que pensar la importancia de Nosotros, pero también la de ¡Huye! Las dos películas de Jordan Peele dan cuenta de su sabiduría sobre el género con el que se emparentan: el cine de terror; y saben responder, con holgura, a esta filiación estética. No se trata de una convalidación (como sucede con tanto cine parecido entre sí, superficialmente ligado o asociado a un género), sino de una escritura fílmica que tiene claridad sobre dónde situarse; lo señala la narrativa empleada, la puesta en escena, la alusión a la historia misma del cine.
De esta manera, y ya en su inicio, Nosotros hace convivir un VHS de Los Goonies junto al televisor que publicita la campaña Hands Across America, y una camiseta con el Thriller de Michael Jackson. Es el año 1986, la familia disfruta de los juegos de feria, pero la niña se aparta del padre mientras la madre va al baño. El rumbo la lleva a una carpa solitaria, en donde -dice la fachada de luces- conocer su destino, entre espejos que deforman y un reflejo final que dialoga, evidentemente, con la obra de René Magritte y, asimismo, con la película El apartamento, del checo Jan Švankmajer. Ojos asustados, ojos de conejos, títulos, música (coros de ¿niños?, sonidos tribales, aires operísticos; belleza total del compositor Michael Abels) y elipsis al tiempo presente.
Nosotros hace convivir un VHS de Los Goonies junto al televisor con la campaña Hands Across America, y una camiseta Thriller, de Michael Jackson
Ahora bien, lo referido previamente posee una validación que no es menor, sino sustancial a los tiempos que corren. Es decir, el relato está protagonizado por afroamericanos. Algo que, si bien y afortunadamente ya no llame la atención, no deja de ser un acto de reescritura de los géneros cinematográficos mismos. En el terror, justamente, el intérprete de color era, sino un secundario, la amenaza misma. Pocos ejemplos mejores que el comentario irónico que ofrece la secuencia inicial de Scream 2, de Wes Craven. Y pocos realizadores afroamericanos -Spike Lee, seguramente, pero con algunas de sus películas, como El plan perfecto o S.O.S. Verano infernal- han podido filmar desde el corazón de estos géneros y perturbarlos, desestabilizarlos, y revitalizarlos.
Es así como Jordan Peele logra, con sus dos películas, abordar el centro del asunto, trastocar los protagónicos "étnicos", y volver a contar las mismas historias. Igualmente, esto es un decir rápido. Porque esas "mismas historias" son ahora otras, tiene un punto de vista diferente. Al respecto, vale la inclusión (y no alusión) de Hands Across America, campaña bienpensante, blanca, privada y clasista, que no hizo más que incumplir el cometido millonario destinado a algo así como la "pobreza cero" en su país. Son los años del reaganismo, los de ese presidente/actor formado ideológicamente en la persecución al otro, al rojo, impulsada por el senador McCarthy en los '50. Una paranoia que encuentra en el cine de aquellos años ejemplos suficientes, algunos magistrales, como La invasión de los usurpadores de cuerpos, de Don Siegel. Pero aquí se trata de los años '80 y, elipsis mediante, del tiempo presente. De Reagan a Trump. Con la mirada afroamericana como vector.
La crítica sobre la división clasista ataca a blancos y negros por igual. Sombras que reptan y repiten los movimientos que el amo dicta.
La paranoia, entonces, continúa. Y los dobles, las sombras, la otredad, esperan su momento de vida propia. Wes Craven tiene en su filmografía una película de nombre resonante: Gente detrás de las paredes. En Nosotros -título evidente acerca de una otredad que no es más que inmanente- se alude a los túneles y las estaciones abandonadas que surcan los pies de la superficie. ¿Y por qué los conejos? Hay una explicación, pero también una alusión carrolliana, de pasaje, sea por caída en un pozo o a través del espejo. El mundo reflejado, invertido, como mueca que reitera lo que dicta la luz. Contrapunto de abismo que tiene en la noche su momento mejor, allí cuando el sueño y el deseo se señorean.
Entre uno y otro mundo, apenas diferencias. Que hacen que se dude acerca de dónde descansa la mitad fiable, y si es la luz diurna la que ofrece consuelo. Más aún cuando los protagonistas de Nosotros se corresponden con una clase alta, acomodada -todo un contraste entre la familia afroamericana de clase media que protagoniza el prólogo del film, y la que lo hace luego: afroamericanos de clase alta-, que descansa en placeres obscenos, alcohólicos, de mucho dinero. Un retrato que Jordan Peele juega no sólo desde la caricatura a la que obliga a los personajes -sobre todo, cuando se enfrenten con sus contrapartes de movimientos de marioneta, cercanos a la ironía fina de George Romero en El día de los muertos, con sus zombies encerrados en un shopping-, también con diálogos de humor negro, que evidencian la destreza del director, a su vez comediante. En el medio del entuerto mayor, con sangre que gotea y cadáveres que se acumulan, hay líneas de diálogo que funcionan como contrapunto raro, de hábil maestría.
En otras palabras, el comentario crítico sobre la división clasista de la sociedad ataca a blancos y negros por igual, aun cuando -y esto es algo que toda la película respira- el contraste no deje de estar ligado a esa misma relación histórica y traumática entre unos y otros, entre blancos y negros, a su vez subsumidos en los placeres de vivir en la superficie, mientras otros moran por debajo, escondidos de sí mismos, así como lo perfilara Fritz Lang en Metrópolis. Sombras que reptan y repiten los movimientos que el amo dicta.
Por eso, seguramente, la utilización de las tijeras. Útiles, desde ya, para recortar las figuritas hermanadas que son el símbolo gráfico y publicitario de Hands Across America (campaña ideológica y clasista, en la línea de USA for Africa) pero también como herramienta con la cual cortar la sombra misma. Es cuestión de ver dónde pararse para definir, así, cuál es la figura que proyecta y cuál la sombra. Eso es algo que Nosotros sabe sostener de manera perfecta a lo largo de casi dos horas, y con un golpe de timón final que hace maniobrar la historia como un trompo, capaz de situar al espectador en un lugar insospechado, en una mirada (des)encontrada.