Hace dos años, y como parte de un proceso de crecimiento de la presencia de afroamericanos en la industria del cine, Jordan Peele sorprendió con una película de género que era original, divertida, y a la vez interpelaba el racismo en el presente (a diferencia de tantas películas celebradas que insisten en presentarlo como cosa del pasado, Green book incluida). Get out partía de una premisa perfecta: un chico negro salía con una chica blanca y ella lo llevaba a conocer a sus padres, una pareja de intelectuales blancos progresistas que posaban de copados. Pero a nadie se le escapaba el detalle de que, en la casa lujosa de las afueras de la ciudad donde vivía esta familia, los negros eran exclusivamente empleados domésticos, y los blancos patrones. La situación se enrarecía más y más a medida que estos empleados negros –ama de llaves, jardinero y demás– revelaban cierta mecanicidad y despersonalización que de pronto eran terroríficas. Nosotros, la segunda película dirigida por Jordan Peele, también contrapone blancos y negros, a través de dos familias tipo que van de vacaciones a una zona de lagos y playa: los blancos son una especie de caricatura de nuevos ricos, vulgares, en constante hipocresía y con una mamá que solo soporta la vida a fuerza de tragar vodka. Los negros son una buena familia de clase media; el padre (Winston Duke) es torpe y un poco adolescente, los hijos son solo moderadamente rebeldes y la madre, Adelaide (Lupita Nyong’o), parece perfecta. Salvo por un detalle: de chica tuvo una experiencia extraña, un encuentro con una nena exactamente igual a ella en la casa de espejos de un parque de diversiones, y desde entonces siente que esa nena la persigue.
La nena, por supuesto, aparece, pero ahora es la esposa y madre de una familia que duplica a la de Adelaide. Y en una noche cualquiera, esta familia doble llega a la casa de los Wilson para plantarse como una especie de tribunal que enrostra a la buena familia negra con sus privilegios al mismo tiempo que remarca sus propias carencias. Hay una larga secuencia que recuerda al Michael Haneke de Funny Games en este ejercicio de crueldad que se funda en una versión de la justicia –porque la familia de dobles, de overol rojo y tijeras doradas en mano, ha venido para matar a los Wilson–. Y también hay una superposición de signos que no necesariamente suma en el diseño de estos dobles: están uniformados de rojo sangre, llevan tijeras lujosas y al mismo tiempo muestran rasgos de animalidad, desde los gruñidos guturales y la velocidad hasta la gestualidad del hijo menor, que directamente funciona como un perro. Somos americanos, dicen, pero está claro que nadie los reconoce como tales. Se trata, entonces, de la venganza de esta infrahumanidad sobre los habitantes del mundo superior, a los que consideran culpables. Son monos con navajas, pero glorificados, y tienen un plan. La película funciona para los que se fascinen con este diseño en espejo, y con la pretendida y pretenciosa profundidad del tema de los dobles. No funcionará tanto, en cambio, para los que pensamos que no hay nada peor que un uso tan pretencioso del género.
Por supuesto, de ahí en más, todo se trata de escapar, y las secuencias de acción son mejores que las expositivas, aunque de éstas hay bastante más llegando al final de la película, que no se priva de metaforizar sus seres de laboratorio por medio de jaulas con conejos ni de ofrecer una larga explicación a cargo de la doble de Adelaide: antes del enfrentamiento final, y mientras habla, no solo dibuja en un pizarrón una cadena de personitas que replica las que se encuentran por todas partes en la superficie, sino que también corta personitas en papel calado, se las muestra a Adelaide y cuando solo quedan dos –que son ellas mismas– las separa. Un PowerPoint tiene el mismo grado de sofisticación, pero hay una proliferación tal de “pistas” en Nosotros que demanda con urgencia del espectadorx una lectura metafórica y asegura que aquí el cine de terror (que siempre lo fue), solo porque es obvio, es político. Quizás lo más novedoso de Nosotros sea que, por una vez, son afroamericanos los que representan a la familia buena de clase media amenazada.