Detrás del espejo
Hace dos años, Jordan Peele sorprendió al mundo cinematográfico con su ópera prima “Huye” (Get Out, 2017), una inteligente alegoría sobre el racismo y el pseudo-progresismo blanco en código de terror clase B, combinando una premisa tan disparatada como lo es el trasplante de cerebros con un detallismo fenomenal para dejar escondidas innumerables referencias al cine clásico y al contexto político-social de los Estados Unidos en la era Trump. Sin embargo, nada de esto habría tenido validez sino fuera que Huye realmente funcionaba como película de género, por sobre los caprichos creativos de su director. Lo que generaba dudas y expectativas sobre la continuidad de la innovadora visión de Peele en una industria capaz de dilapidar carreras con un solo paso en falso.
Pero el renombre y los reconocimientos acumulados – con un premio Oscar incluido – en este último tiempo no fueron circunstanciales, y eso queda más que claro luego de ver Us (Nosotros), donde el horror se conjuga desde distintas perspectivas que trascienden a una mera historia de asesinatos y sucesos inexplicables, resultando mucho más compleja e intuitiva cuando se la intenta dejar de ver como una mitología lineal, intentando explicar desde la racionalidad todos sus giros y vueltas de tuerca. Incluso sus diferentes interpretaciones incitan a volver a ver la película más de una vez para poder reconstruir la totalidad de una metáfora mucho más grande, que va mutando conforme se van recordando detalles que a primera vista pueden parecer triviales.
Dicho esto, el film toma como concepto principal la dicotomía del doble, la contraparte oscura que viene desde la literatura con Borges, hasta de la psicología con Freud, entre tantos otros ámbitos, y lo lleva al extremo en una suerte de combinación entre la Funny Games (1997) de Michael Haneke y el icónico suspenso hitchcockiano. Y quizás es por ese miedo primario al clon propio que ya desde el comienzo resulta perturbador ver a la protagonista en su niñez perderse en un parque de diversiones, para luego terminar encontrándose con el reflejo corrupto de ella misma en un laberinto de espejos.
No obstante, a pesar de que su familia no la toma en serio, no será hasta poco tiempo después que sus temores se vuelvan reales. Esa misma noche, cuatro figuras se aparecen en la puerta de su casa, imperturbables frente a cualquier amenaza de llamar a la policía e implacables para forzar la entrada y maniatarlos, pero sin intenciones de robar nada. Y es en ese momento que la familia se da cuenta que los secuestradores son ellos mismos, las copias retorcidas y sedientas de sangre de cada uno de ellos, aunque con la particularidad de no tener voz propia. Solo la contraparte de Adelaide es la única que puede hablar, aunque con un sonido crudo y gutural, semejante a un susurro, que hace de toda esta situación algo muchísimo más aterrador.
Estos dobles serán iguales a la familia desde su apariencia, pero de alguna forma su existencia es completamente opuesta y miserable, viviendo en túneles subterráneos replicando como títeres todas las acciones de sus versiones terrestres. Esto podría ser interpretado como una metáfora monstruosa de la brecha entre clases sociales, o como una representación de las pulsiones de cada uno de ellos intentando tomar el control, entre tantas otras posibilidades, pero no es casual en la mente de Jordan Peele que ninguno de ellos pueda comunicarse de ninguna otra manera que no sea mediante sonidos, o que el mismo clon de Adelaide responda que son simples americanos cuando les preguntan horrorizados quienes son y qué quieren, o incluso, que el mismo título de la película juegue con el significado de la palabra Us – nosotros en inglés – y la sigla US – United States –.
En Us nada es un accidente. Desde detalles como el cartel del laberinto de espejos en el que se pierde la protagonista – siendo en el pasado una caricatura racista de los indígenas americanos, para luego en el presente mostrar una versión más políticamente correcta – hasta la ocurrente musicalización, las referencias bíblicas con analogías del cielo y el infierno, y la creciente presencia de conejos (cual descenso de Alicia en la madriguera) a medida que los personajes van perdiendo la cordura.
A su vez, Peele sigue la costumbre de hacer homenaje a varias de sus influencias cinematográficas, incluyendo entre otras referencias a The Shinning (1980) – mostrando en un plano aéreo a la familia llegando a su casa de veraneo de la misma forma que Kubrick presentaba a los Torrance llegando al emblemático hotel –, como también a Black Swan (2010) planteando un genial paralelismo coreográfico entre la danza clásica y el clímax de la película, y de seguro, muchas más que todavía faltan por descubrir.
Us es un film digno de un análisis profundo que indudablemente será parte de los debates sobre lo mejor del año, aunque todavía falte mucho por estrenarse. Es un producto netamente de su contexto, pero también atemporal como obra, lo que ratifica el ingenio y la agudeza de Jordan Peele como director en cuantas influencias tome prestadas para poder transmitir su particular mirada sobre la sociedad y su afición por destruirse a sí misma. En definitiva, el enemigo no está afuera, sino detrás del espejo.