El planteo del contexto de Notti magiche, última película de Paolo Virzí, es ambicioso. Tres grandes eventos nos ubican en tiempo y espacio: Copa del mundo Italia 1990 (día en el que Italia queda fuera de la final por el famoso penal atajado por Goycochea y del famoso relato que reza: “siamo fuori”), los últimos años de vida y producción de los grandes maestros del cine clásico italiano, y la entrega del Premio Solinas a los mejores guiones cinematográficos (galardón real generado por la industria cinematográfica italiana).
En ese contexto, tres jóvenes finalistas del premio Solinas ingresan al mundo del cine, las fiestas, los rodajes. Pero todo se complica cuando muere un productor y los culpan a ellos.
Hay un claro contraste entre la juventud e inocencia de los tres protagonistas con los demás personajes, cuyo peso se sostiene en la relevancia de sus nombres y, claro, sus reputaciones. Son varias las escenas de largas tertulias donde los tres comparten cenas con la crème de la crème del mundo del cine y todos, menos ellos, tienen el cabello cano. Una denuncia, quizás, a la geriatrización de la industria y sus modos de hacer.
Notti magiche podría ser un homenaje a los guionistas, esos seres escondidos que tanto hacen por el cine. Entrañable resulta la escena en la que decenas de jóvenes escriben hacinados en un lujoso departamento romano mientras los supervisa un hombre mayor, que se desplaza en una silla con rueditas, abrazado a una bolsa de agua caliente. Una sala repleta de escritores fantasma, que trazan historias que otros firmarán.
Notti magiche tiene muchas referencias cinematográficas (desde cameos reales de actores, directores, productores, hasta la visita al rodaje de La voz de la luna, último filme de Fellini), lo más disfrutable de la propuesta de Virzí.
El director mira el pasado desde una nostalgia interesante, libre de idealización, pero con un reconocimiento al valor de esos años y, sobre todo, al desmadre de su final y a la decadencia de un estilo de vida insostenible y kitsch.