Nuestra bronca ya propulsa una lectura interesante desde su título. Por un lado, está hablando de un hecho colectivo donde la perspectiva individual, las vivencias personales, se complementan con las experiencias y luchas de terceros para gestar un llamado estridente a la unión, a la cooperación, a arremeter contra la abulia.
Por otro lado, el término, que conlleva una carga negativa, aquí es revisitado como si estuviéramos ante un ejercicio lingüístico. Las palabras tienen fuerza y en el documental de Tomas y Shlomo (Sergio) Slutzky la bronca es descrita como “provocativa”, “excitante” y “adictiva”, una forma de revertir la angustia de lo impune. Tomer Slutzky cuenta en una medida voz en off la lucha incansable de su padre, Shlomo, por lograr la extradición de Aníbal Gauto, sospechoso de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura militar argentina, quien se encuentra refugiado en Israel.
La batalla de Slutzky por esa justicia que se dilata y que se presenta como un campo minado también remite a la identidad, al recuerdo de la desaparición de Samuel (Samy) Slutzky y a cómo la familia está signada por la figura elusiva de Gauto, quien todavía no ha sido indagado. Ese recorrido que emprende Shlomo es agónico y pone al descubierto un entramado de intereses que lo sobrepasan aunque él no esté dispuesto a claudicar.
El documental, sobrio y revelador pero sin ser didáctico, excede a sus realizadores como el pronombre de su título lo indica. Por lo tanto, cuando suena brevemente “Marcha de la bronca” de Miguel Cantilo, la producción nos ubica en tiempo y espacio, pero con el contraste de una postal del presente en la que Shlomo se muestra siempre caminando, de cara a su pelea, con esa bronca que también es esperanza.