Estrenada en Cannes en 2015, la décima película del realizador japonés (que este año ganó la Palma de Oro allí con “Shoplifters”) es un drama familiar acerca de tres hermanas que, de grandes, descubren que en realidad son más de tres.
Las relaciones familiares y, especialmente, los niños abandonados por sus padres, son un tema constante en el cine del japonés Hirokazu Kore-eda, en películas como NADIE SABE, UN DIA EN FAMILIA y DE TAL PADRE, TAL HIJO. En este caso, la historia se centra en tres hermanas que viven juntas y a quienes sus padres han abandonado después de una conflictiva separación. Pero como sucede en muchas familias japonesas, “de eso no se habla”, y cuando muere el padre las chicas se enteran que tienen una media hermana de su siguiente matrimonio. Tras ir al velorio en otra parte del país y darse cuenta que la adolescente no la tendrá fácil allí, deciden invitarla a vivir con ellas a su caserón antiguo en una coqueta y pequeña ciudad.
NUESTRA HERMANA MENOR se ocupará de allí en adelante de la relación entre las cuatro hermanas, más centrándose en las vidas cotidianas de cada una y en la convivencia en gran parte amable y cordial entre todas. Hay algunos conflictos y situaciones complicadas, pero lo que prima es la armonía y la unión de las cuatro chicas –muy distintas entre sí– para salir adelante juntas, en un tono que por momentos recuerda a la argentina ABRIR PUERTAS Y VENTANAS, de Milagros Mumenthaler.
ourlittle2En cierto modo, los ecos de la separación de los padres repercuten en las actitudes que toman cada una en sus vidas, en especial la hermana mayor quien vive un affaire amoroso con un hombre casado que trae reminiscencias del pasado familiar. Los conflictos no son leves –de hecho, son bastante densos– pero en el modo en el que Kore-eda los trata y la manera algo distante y pudorosa de los personajes para enfrentarlos dan a entender que todo está bien allí, especialmente a partir de lo bien que parecen llevarse todas. Pero lo cierto es que muchas veces esa armonía se conquista en base a silencios que, en cierto momento, habrá que quebrar para seguir adelante.
Delicada, anecdótica, bella, un tanto larga para una historia que no tiene un eje/conflicto fuerte en lo narrativo, es un regreso de Kore-eda a ese cine de cuidadas emociones en el que los choques generacionales en el seno de una familia afectan a los espectadores de manera sutil, pero dejando una sensación de melancolía que lo acerca al cine de Yasujiro Ozu. Si bien no llega a su maestría y su control de la puesta en escena, esta historia del choque entre el deseo personal y las obligaciones familiares está muy en la senda del gran maestro del cine japonés.