Son tres hermanas. La mayor es enfermera, mujer seria; la mediana, bancaria, se da algunos permisos con los jóvenes, y la tercera ya es empleada de comercio. Viven en casa de la abuela, en una ciudad del interior. Hace mucho el padre las dejó por otra mujer, luego también se fue la madre. Ahora deben viajar al velatorio de su padre, con quien ni siquiera se hablaban. Ahí descubren que el hombre tenía otra hija, de unos 13 años. Una pequeña hermanastra. Ellas la convierten en su pequeña hermanita.
Hermosa historia, delicada, sin estridencias. Sólo ellas, que carecen de resentimiento y se tienen y sostienen a sí mismas, y soportan con calma las molestias de cada día y los rezongos de la abuela. Sólo ellas, y el placer de las cosas simples, como una comida juntas, o un paseo en bicicleta, los cerezos en flor, el calorcito del sol en la cara, todo mostrado con ejemplar sutileza, con una mirada tranquila y optimista de los azares de la vida.
No hay mucho más (a la vista) en esta plácida historia del maestro Hirokazu Kore-eda, que se agrega a otras pinturas suyas de la vida familiar, como “Después de la tormenta” o “De tal padre, tal hijo”, y mejor aún a esa joya que es “Todavía caminando”, hermoso título. Así también se suma este autor a sus maestros, los venerables Ozu, Ichikawa y Naruse. Dicho sea de paso, esta película, premio del público en San Sebastian 2015, se inspira en un manga de Akimi Yoshida. Y lo supera.