Siguiendo el rumbo de comedia light marcado, con rotundo éxito comercial, por Le prenom, ahora llega otra adaptación de matriz teatral que flaco honor hace a la prestigiosa fama del cine francés. Max (Richard Berry, también director) es un bon vivant que vive en un lujoso piso parisino, meticulosamente arreglado, con un equipo hi fi y prácticamente amueblado con discos de vinilo. Como es habitual, los viernes tiene allí su cita al estilo “los machos” con dos amigos, Paul (Daniel Auteuil), casado y con dos hijos, y Simon (Thierry Lhermitte), un donjuán más adinerado que Max, pero casado con una bomba rubia veinte años menor. El conflicto arranca con la llegada demorada de Simon, que acaba de asesinar a su rubia Estelle por infiel, y queda noqueado tras ingerir una sobredosis de barbitúricos. Lo que sigue es un debate entre los dos amigos, sobre denunciar el hecho o no, sobre la vida que lleva cada uno y, pese a alguna perlita actoral de Auteuil, todo ocurre en el almidonado estilo teatral de Le prenom, como una francoparlante versión de los enlatados de Guillermo Bredeston y Nora Cárpena. Como los balbuceos del dormido Simon, hay momentos en que la película da síntomas de querer despertar, pero siempre cae en monólogos altisonantes, como si el cine fuera un tablado sin micrófonos. No hay siquiera un solo remate ingenioso, aunque los actores, siempre sobreactuando, excitados, terminan cada soliloquio con un silencio, como esperando el festejo de una inexistente claque.