Nuestras mujeres, una nueva comedia francesa, que tras el éxito teatral, se convierte en película.
Tres amigos de toda la vida, Simón (Thierry Lhermithe) un peluquero casado con una atractiva mujer, Paul (Daniel Auteuil) un medico cuya mujer es depresiva y con dos hijos a los que no les presta demasiada atención y Max (Richard Berry) un radiólogo obsesivo del orden, sin hijos y con una relación de idas y vueltas con una mujer más joven. Habituados a compartir viajes solos, se reúnen un viernes a la noche a jugar a las cartas, en el impoluto departamento de Max. Pero Simón llega mucho mas tarde de la hora pactada con la noticia de que ha asesinado a su mujer, Estelle. Lo que sigue es un repaso de muchos años de amistad con el dilema de entregar o encubrir al flamante asesino.
Basada en una obra del aquí también coguionista Eric Assous, Nuestras mujeres es otra de las comedias que fue representada con éxito en su país de origen (Francia) y replicada con suceso en otros lugares como Madrid y Buenos Aires (en este momento en cartel, con el protagónico de Guillermo Francella, Arturo Puig y Jorge Marrale). Se pretende repetir el ciclo que siguieron, entre otras, La cena de los tontos, Le prenom, y Venus en piel, con disímiles resultados. Se trata generalmente de una burguesía acomodada, que se ve atravesada por algún hecho que la saca de eje, con una situación de corte moralizante, para que todo finalmente vuelva a la normalidad, dejando alguna enseñanza.
No basta con recurrir a flashbacks para convertir a una obra de teatro en una película, porque en ese caso sólo se recurre a representar acciones que en el escenario están dichas por los actores y en el film son meramente ilustrativas, no tienen el peso propio de una escena. Esto sucede especialmente con acciones referidas al personaje de Estelle y dicho sea de paso, son ideológicamente cuestionables, como una especie de justificación para con el acto que se ha cometido sobre ella. Casi todo sucede en un mismo decorado, que hace pensar que los radiólogos son muy bien pagos, al menos en París, porque el departamento supera todo lo visto en las más exigentes revistas de decoración.