Hay comedias fallidas, comedias mediocres, comedias disparatadas, problemáticas y curiosas. NUESTRO VIDEO PROHIBIDO debe ser uno de los primeros casos conocidos de una “no-comedia”. Género novedoso, la “no-comedia” es un tipo película que remeda a las comedias pero no lo es y en la cual todos hacen lo imposible para que el espectador jamás se ría. Los actores están en el centro del asunto, claro, pero detrás de ellos hay mancomunados esfuerzos para conseguir este objetivo casi imposible: esforzados guionistas, ocupados musicalizadores, presurosos editores y transpirados directores de fotografía, por no hablar de continuistas, vestuaristas, directores de arte y muchos otros más que componen el equipo de trabajo de todo filme. Todos ellos se han unido hasta lograr un cometido casi milagroso. Generar en el espectador la imposibilidad de que se le escape una sola risa.
Lo genial de este “concepto” casi de cine experimental es que uno ve la gente que ha trabajado en el filme y queda en evidencia que, de pretenderlo, tienen cómo hacer reír a los espectadores. Cameron Díaz lo ha hecho mil veces y tiene un talento natural para el humor. Jason Segel (MUPPETS, COMO SOBREVIVIR A MI NOVIA, MALAS ENSEÑANZAS, etc) es de la larga lista de actores cómicos que, sin ser brillantes, logran conectar con un público que se identifica con su look “pibe de barrio”. El director Jake Kasdan dirigió además de la citada MALAS ENSEÑANZAS, títulos como WALK HARD y hasta trabajó en notable series que causan las mayores o menores risas que las comedias suelen causar. Y ni hablar de uno de los guionistas, Nicholas Stoller, que ha trabajado en nobles productos como todos los anteriores protagonizados por Segel… y más. Aquí, en cambio, decidieron apostar por no hacer reír a nadie y son tan pero tan buenos que lo lograron.
Lo intrigante de NUESTRO VIDEO PROHIBIDO es que no se trata de una comedia mala, ridícula, absurda, de esas que a muchos fastidian y a otros encantan. Ni tampoco se trata de una comedia con tintes dramáticos en la que uno no se ríe porque se deja llevar por la seriedad que rodea al entuerto. No, acá se trata de un nuevo género (se me ocurre “no-comedia” pero podría ser cambiable: ¿no-película? ¿La nada misma?) que se ve con intriga y asombro. Uno ve pasar escena tras escena del filme de Kasdan y se maravilla pensando cómo habrán hecho este grupo de personas razonablemente talentosas para que nada de nada de lo que hacen cause la más mínima gracia. Evidentemente, tiene que ser a propósito.
Ya habrán leído la trama en otro lado y no hace falta que la repita aquí en detalle (síntesis: pareja de casados quiere recuperar la intensa vida sexual que tenían de jóvenes, se filman teniendo sexo en un video y tal video se les escapa online) por lo que ni siquiera me voy a meter a analizar su lógica imposible (digamos que el video no se “viraliza” en un sentido clásico sino que queda “en la nube” y en varios iPads que el protagonista… regala) sino que prefiero concentrarme en su absoluta y total coherencia con el intento de no causar gracia. Los chistes no son peores que en otras películas, las situaciones ridículas no son más ridículas que en otras comedias, la trama no es más absurda que otras tramas, pero ninguna causa efecto alguno. Es como un test: si te reís es que hicieron algo mal.
Tan logrado es el efecto nádico de la película que nunca queda claro si NUESTRO VIDEO PROHIBIDO es una publicidad de Apple o una publicidad de Sony contra Apple. Explico: en el filme todos usan y mencionan productos de la marca de la manzanita (el iPad gana por lejos) pero en general esos mismos productos y servicios provocan los problemas que los protagonistas tienen. Y si se toma en cuenta que el estudio que produce la película es Sony –rival en el mercado de Apple– da para pensar que el filme intenta mostrar lo problemático que puede ser tener productos Apple conectados entre sí (o algo así, porque no se entiende muy bien). De nuevo: tan poco es lo que se expresa en el filme que es imposible saber qué quisieron hacer.
Hay un solo error en la película que no llega a ser grave porque dura un par de minutos y pasa. Es un “cameo” de Jack Black que en un par de segundos logra colar algo parecido a uno o dos chistes graciosos (menores, verbales, de juego de palabras, pero más o menos graciosos al fin), por lo que uno teme que el enorme edificio de pasividad cómica en el que todos vienen duramente trabajando se derrumbe de un golpe. Pero no. Luego Segel vuelve a mostrar su casi bressoniano trabajo de inexpresividad corporal (sí, no sólo facial, incluye muchas partes más y su nueva delgadez no ayuda) mientras que Díaz juega exquisitamente por el lado opuesto hasta lograr que nunca los dos personajes conecten, como si estuviesen trabajando en dos películas paralelas que se hacen en el mismo set. Una idea tan creativa que podríamos hasta llamarla revolucionaria.
Una experiencia increíble, traumática, en algún sentido maravillosa y reveladora. Hacía mucho tiempo que no me pasaba algo así en un cine.