El problema de la sincronización
En presencia del resultado general tras el visionado de Nuestro video prohibido, la primera reflexión que salta a la vista recae sobre la figura de Cameron Díaz y la necesidad de pedirle a la actriz, quien nos hiciera estremecer en su rol de femme fatale en La máscara, que revea las películas en las que decide participar. Este pedido obedece exclusivamente a que las últimas comedias con Cameron Díaz entre sus estrellas demuestran signos de decadencia o la incómoda impresión de que ella no encuentra su lugar en las propuestas y sus personajes no logran brillar.
Con Nuestro video prohibido, comedia arraigada en la tradición de La Nueva Comedia Americana, surgen los mismos problemas que en todo producto mainstream proveniente de las lides de la falsa incorrección política, con la inefable recaída conservadora que en este caso es más grave tratándose de un tema tabú como el sexo en una pareja representante de la burguesía pacata norteamericana.
Así las cosas, Jay y Annie llevan un matrimonio normal que no puede escapar de la rutina aplastante por la que pasa toda pareja cuando existen esas obligaciones de conformar la clásica postal familiar. Sin mayores contrariedades, el único problema que comienza a afectarlos es su mal funcionamiento en la cama, por lo cual intentan búsquedas alternativas para recuperar la fogosidad y de esta forma reavivar la llama del sexo. Las nuevas tecnologías hoy dictan las modas de los videos porno amateur y entonces para Annie –la más propensa a experimentar- resulta atractiva; siempre y cuando aquello que se filme quede guardado bajo siete llaves y solamente bajo el compromiso de mantener el secreto con su pareja.
Como no puede ser de otra manera, en un mundo en el que lo privado y lo público se chocan a partir de la explosión de las nubes virtuales, la seguridad de los datos, imágenes o –en este caso- videos es fácilmente vulnerada cuando se oprimen las teclas erróneas o por ejemplo se comparten con un nutrido grupo poseedor de dispositivos sincronizados e interconectados a la nube quienes, sumidos en una actitud plenamente voyeurista, se quemarán las pestañas al tener en sus manos tan preciado tesoro.
Bajo la dialéctica lineal que busca acumular complicaciones con el fin de construir desde lo artificioso un derrotero donde la pareja hará lo posible por destruir la prueba virtual ya viralizada que los condena, la película de Jake Kasdan (que vuelve a contar con el dúo Díaz-Sieguel, como en Bad teacher) transita por el camino de lo obvio con pretensiones de transgresión al exponer a Cameron Díaz a situaciones embarazosas, o por lo menos, no afines a su conducta de mujer burguesa aburrida. Da la sensación de que para cada estadío de esta falsa metamorfosis existiera un gag físico o visual que refuerce la idea de la incorrección política. Así, el chiste de la cocaína se topa con el de las posiciones extrañas para tener sexo o la galería de equívocos, muchos de ellos forzados, poco funcionales al desarrollo fluido de la trama.
Más allá de estos desaciertos, que no hacen más que confirmar que la Nueva Comedia Americana ya debería replantearse su fórmula para no caer siempre en el mismo lugar común de la transgresión mal entendida, lo que realmente perturba de Nuestro video prohibido sucede en la segunda mitad donde el registro de lo guarro se ve opacado por un peligroso brote conservador, que no se atreve a cruzar ninguna frontera o tabú simplemente por motivos de especulación.