Dos hermanos muy distintos entre sí deben unirse frente a un drama ético que involucra a los hijos adolescentes de ambos. Massimo es un abogado ambicioso y burgués, Paolo un pediatra progresista que desprecia su materialismo. Las vidas de ambos van por carriles casi paralelos, excepto por esporádicas cenas de a cuatro marcadas por la tensión y la envidia.
Una noche, sus hijos salen de fiesta y llegan a casa un poco borrachos. Al día siguiente, la televisión difunde un video tomado por cámaras de seguridad en la que se ve cómo una pareja de adolescentes golpea hasta matar a una mujer de la calle. ¿Son ellos?
Sin resquicios para el humor o la comedia, esta película italiana, que abre con una violenta escena callejera en la que la víctima es un niño, apela muy directamente a provocar un tipo de reflexión compartida con los protagonistas: ¿Conocemos realmente a nuestros hijos? ¿Sabemos lo que hacen o, mejor, de lo que son capaces? ¿El afecto y la formación bastan para criar seres humanos íntegros?
Nuestros hijos es de una seriedad aburmadora, una amargura de tema y tono cuyo objetivo aleccionador da ganas de escapar. Aún así, apoyada en las buenas actuaciones -y algunas exageraciones- de su cuarteto protagonista (los hermanos y sus esposas) y en una narrativa clásica, inobjetable, se ve con interés hasta su sorprendente final.