Brillante radiografía de una burguesía desquiciada
A igual que Lucino Visconti o María Luisa Bemberg, Valeria Bruni Tedeschi (“Un castillo en Italia”, 2013) sabe muy bien retratar la clase a la cual pertenece, la alta burguesía en decadencia. Desde que comenzara a filmar en 2003: “Es más fácil para un camello...” /2003) hasta “Nuestro verano” (“Les estivants”) su cuarta película ha cambiado muy poco su estructura original, ya que ella prefiere perfeccionar el retrato de una familia disfuncional y privilegiada, en cierto modo lo que la ha rodeado a lo largo de su vida.
Algunos actores y actrices han variado, pero otros son como su sostén permanente, especialmente su madre Marisa Borini. En éste filme también incorpora a su pequeña hija Oumy Bruni Garrel, adoptada junto a su ex-esposo Louis Garrel, y a su amiga y coguionista Noémie Lvovsky.
Con un guion al estilo clásico Valeria Bruni Tedeschi ofrece la clave de la película desde la primera secuencia. Ella es Anna, cineasta italiana que vive en Francia y que, a punto de partir hacia la Costa Azul, donde veranea su familia, se detiene en un bar ubicado frente al Centro Nacional de Cine (CNC) en el distrito 16 de París, acompañada por su productor (Xavier Beauvois) y su pareja Luca, el actor italiano Riccardo Scamarcio.
En esa escena se plantean las líneas del relato posterior, Luca le dirá que no irá con ella a la casa de verano, que tiene un nuevo amor, y el productor le recrimina que se presenta a la junta con ropa costosísima, y para conseguir el dinero, hay que aparentar no tenerlo. Luego de discusiones nada productivas con Luca, el productor consigue llevarse ante el tribunal de presupuesto a Anna y que ésta explique lo que desea.
“Nuestro verano” no incorpora nada nuevo a la estrategia de la directora, al contrario ahonda aún más en la percepción del espectador para que pueda inmiscuirse en su historia. Ella está anclada en la autoficción. Sin ser totalmente autobiográficos sus filmes, la gran mayoría de los elementos que contienen son una parte de su vida misma.
En “Nuestro verano”, por ejemplo, habla de la separación de Anna y Luca, y los amores de éste. En efecto, Valeria Bruni Tedeschi se separó de Luis Garrel hace algunos años, y su duelo lo tuvo que pasar durante un verano con su hijita, en la Villa familiar.
Con un clima muy chejoviano casi semejante al “Pieza inconclusa para piano mecánico” (1976) de NIkita Mikhalkov, o “Sacrificio” (1986) de Andrei Tarkovky, y, por otra parte, muy fellinesca al estilo de “Ensayo de orquesta” (1978) y con título tomado prestado de la obre de Máximo Gorki “Los veraneantes” (1904), y algunos de los contenidos de fondo de la misma como el estado de confusión sociopolítico y económico de la época, muy semejante a la Europa actual, Anna se instala casi fuera del tiempo, en una suerte de acogedora e impermeable burbuja con la cual se siente protegida de todos los males que llegan del exterior. Allí, rodeada de familia y amigos, intenta superar un fracaso sentimental y escribir el guion de su próxima película. Un sutil modo de marcar lo autorreferencial como eje direccional de su relato.
A pesar de que los nombres de los personajes no corresponden a las personas que representan, es difícil no vislumbrar un paralelismo entre Carla Bruni, hermana real de la autora, en las máscaras: de Elena, (Valeria Golino), y Jean un líder empresarial (Pierre Arditi) como su cuñado Nicolás Sarkozy.
“Nuestro verano” es un juego coral sin grandes lágrimas, sin efectismos, sin música épica, apenas unas variaciones de piano y unos lieder, que habla de pérdidas, decadencia, arrepentimientos, odio, política, avaricia, amor, traición, ambición, desengaño, desprecio, y crueldad; todo ello enmascarado en una semana de veraneo en la Costa Azul. Pero lo importante no es lo que pasa en primer plano, sino todo lo que sucede simultáneamente detrás y que entrelaza a criados con patrones, a parientes con amigos.
“Nuestro verano” es básicamente un drama, mucho más profundo de lo que aparenta, tratado en clave de comedia en forma sutil y precisa. El filme está utilizando a Anna como herramienta catártica para la reflexión sobre su estado anímico y creativo de un instante o un momento del pasado, y de las personas que la acompañan, su familia, sus amigos.
A semejanza “Gosford Park” (2001) de Robert Altman, la historia transita entre los de arriba y los de abajo, entre amos y criados, como un juego de postales que se van alternando hasta armar un rompecabezas decadente de una burguesía cada vez más debilitada por nuevos jugadores políticos que ascienden al poder.
Como en “Gosford Park” hay una muerte, no un crimen, que no se quiere reconocer, y en la verdadera historia de la directora tampoco se tiene conocimiento si su hermano existió y murió de Sida, o no. Pero su fantasma es recurrente en el filme, lo que genera una frágil frontera entre realidad y ficción. En la "niebla artificial" que cubre el final de “Nuestro verano” la vida real se desvanece, la ilusión triunfa, y los fantasmas políticos, o familiares, no se marchan, porque los recuerdos son sueños, y porque le pasado se ha convertido en la gran imagen de las intimidades perdidas.