Valeria Bruni Tedeschi luce su histrionismo y se ahorra el psicoanalista en esta comedia levemente ácida y bastante egocéntrica. Así, reelabora algunas instancias entre graciosas y patéticas de sus desvelos como actriz, directora, libretista y productora a la hora de pedir un crédito para hablar de sí misma como en sus tres películas anteriores, sus relaciones parentales (dicen que su hermana, Carla Bruni, y su cuñado, Nicolas Sarkozy, repudiaron la obra) y, especialmente, su ruptura conyugal con Louis Garrel. Impagable, al respecto, la escena en el andén ferroviario que juega con Riccardo Scamarcio y Lionel Bencimol.
La obra no le sale del todo redonda, pero al menos tiene lindas locaciones, sentido del humor y una suerte de autocrítica celebratoria, en la que algunos familiares participan de modo cómplice. Quien hace de madre es su madre en la vida real, la que hace de hija es su hija. Claro, también hay artistas invitados como Pierre Arditi, Valeria Golino y el citado Scamarcio (qué desmejorado está, con lo fachero que era cuando vino a Pantalla Pinamar con “La meglio gioventú”, pero, lógico, aquí hace de marido harto de su esposa). Renglón aparte, los que interpretan al díscolo personal de servicio, harto de patrones/as tan decadentes.
Y eso es, en el fondo, esta comedia: una pintura cariñosa y burlona de la propia decadencia (e indecencia) de una señora exquisita, sus seres queridos y su clase social. No pretende ser “La regla del juego”, de Jean Renoir, ni “Pieza inconclusa para piano mecánico”, de Nikita Mijalkov. Bruni Tedeschi se congratula con solo mantenerse al nivel de su anterior “Un castillo en Italia”.