Aquí no hay ficción ni efectos especiales. Aquí hay basura. Cantidades exorbitantes. La única ficción es la que nos condiciona a seguir pensando que como individualidades sin colectivo aportamos a la ecología comprando bolsas de tela y de aquello, una vaga idea prefabricada que nos venden, conformarnos sin interrogarnos sobre el circuito de lo que desechamos ¿Quién integra ese aparato que oculta la basura de nuestros ojos y narices? Satisfacernos y regocijarnos en el relato neoliberal de lo eco nos sumerge en un derrotero sin fin, dado que la producción neoliberal es ante todo vejatoria. Aniquila sin miramientos al medio ambiente que nos contiene usando al mismo tiempo un enorme disfraz virtual de buenas intenciones, imagen de funcionalidad electoral. Las políticas públicas respecto al tema en cuestión nunca fueron eficientes, incluso antes del neoliberalismo. La estructura del sistema capitalista explota todos los medios con tal de producir. No hay una solución formalizada y el optimismo menos pensado surge en la periferia desde hace tiempo. Lo clandestino sentó precedente antes que la clase media se haga del slogan del cuidado del planeta tierra. Casi como contracara anárquica a un sistema capitalista que ingiere y no digiere, las cooperativas recicladoras funcionan como algo más que un parche para la problemática. El obstáculo sigue viniendo de quienes hacen de la basura un negocio rentable. Hay basurales militarizados, por ejemplo, para que la gente sin recursos económicos no pueda entrar a recuperar y a ganarse la changa para comer. Una vez más son apartados y tratados peor que la mismísima basura. Una condición funesta.
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Las grandes empresas a cargo de los residuos hacen rellenos sanitarios a diestra y siniestra. Otras entierran la basura y los políticos de turno proponen ahora alternativas tales como incinerar los desperdicios. Nos quieren convencer que esa es la magia precisa, sin pronunciar una palabra del terrible impacto medioambiental que su aplique conllevaría.
El documental de Ulises de la Orden nos inicia en este viaje expositivo con la historicidad de la basura. Nos habla de los trapos sucios con los que acarreamos desde hace añares. De mi basura. De tú basura. De nuestra basura. Reflexiona sobre lo que muchas veces elegimos ignorar. La basura importa solo cuando huele, importa tan poco como aquel necesitado que tironea de tu pantalón para pedirte una moneda. Las villas y los basurales, ahora cientos replicados, por lo general conviven. En la periferia lo que molesta ¿no cierto? Parque temático de la pobreza, como señala Lorena Pastoriza, una referente de la cooperativa Bella Flor.
Y es allí, en esos espacios nunca visitados por los citadinos, donde la miseria abunda y la basura mira como gigante, donde la gente se organiza para sobrevivir, para gestionar oportunidades y como no, para aplicar la medida ambiental más conveniente hasta el momento, la reutilización. El reciclaje. Y la palabra reciclaje cobra en las cooperativas otras acepciones. Allí se reciclan vidas. Nuevos andares para aquellos que vivieron en la calle o en la cárcel. Allí reciclan las ganas de vivir y trabajan sin un patrón hostigador. El peor mal es la sociedad incólume, la sociedad blanca que opina y ofende desde su confort. Y que, así como no sabe qué pasa con su basura tampoco sabe qué pasa con los pobres, habilitando así que el estado pueda dañar lo que con mucho esmero se construyó desde la clandestinidad. Por lo general los relatos que importan no son los oficiales. Las cooperativas como Bella Flor marcan historia y responden a las falencias cívico estatales. Construyen alternativa. Éste documental reivindica una tarea bastardeada como la de la ciruja, palabra con la que se siente identificada Pastoriza, la referente, quien explica que ciruja viene de cirujano. Trabajo fino.