Seagal sin Seagal
En un momento de Nueva York sin salida (21 Bridges, 2019) un personaje desestima Nueva Jersey como un posible antro criminal. Su única explicación es que “Los Soprano sólo era un show de TV”. Brian Kirk, quien debuta en cine con la dirección de esta película, no debería estar arrojando piedras en esa dirección, considerando que sale de la televisión y que cada segundo de Nueva York sin salida sugiere que ahí debería haberse quedado. Cualquier escena de Los Soprano posee más verosimilitud que este mediocre thriller policíaco.
La forma más económica de describir la película es comparándola al tipo de proyecto que hubiera interesado a Steven Seagal durante la cuestionable cumbre de su éxito. Hasta su protagonista, Chadwick Boseman, afecta la misma vocecita asmática. Interpreta un famoso gatillo fácil de la NYPD encargado con hallar a los asesinos de ocho policías antes de que salga el sol. Su brillante plan es acorralar a los criminales en los casi 60 kilómetros cuadrados de Manhattan, cerrando sus 21 puentes. En realidad la isla sólo tiene 17, pero para el caso la película se ha filmado en Filadelfia. Lo único que tiene de Nueva York son las docenas de panorámicas aéreas que, a falta de creatividad, adornan o separan una escena de la otra.
El thriller policíaco no es física cuántica pero el guión de Adam Mervis y Matthew Michael Carnahan es como la tabla del cero: repetitivo, predecible y totalmente inútil. Depende de la falta de memoria del espectador y de la estupidez de personajes supuestamente inteligentes.
Lo peor de todo es que hay cierta pretensión, más desde la dirección que del guión, de plantear con seriedad temas como el racismo sistemático y la corrupción policíaca, pero el material no está para nada a la altura. El diálogo es pretencioso, los giros son obvios y la lógica de varias escenas es falaz o directamente inexistente. La única regla que obedecen los personajes es la conveniencia de sus guionistas, lo cual desinfla cualquier intento de interés o tensión.
La premisa (interesante aún si ridícula) de aislar Manhattan pronto queda olvidada en el trasfondo del monótono poliladron entre Boseman y los criminales interpretados por Taylor Kitsch y Stephan James. La rutina es que los buenos deducen lo obvio y los malos escapan lo inescapable, así hasta que la película tiene que terminar. Todo tiene tan poca consecuencia que hasta el último plano es una panorámica indiferente de la ciudad, como tantas otras.
El año pasado se estrenó Milla 22: El escape (Mile 22), una película similar en tono y pretensión que era imposible de ver en el sentido más literal del acto, dado que el montaje imitaba una trituradora de basura. Nueva York sin salida le saca ventaja: se deja ver y oír en toda su evidente estupidez.