Sería caer en un facilismo decir que éste estreno es una más del montón, porque ese “montón” está plagado de basura y obras mediocres. En todo caso, ya que el argumento no inventa la pólvora, podemos decir que “Nueva York, sin salida” tiene con qué sobresalir de todo ese rejunte, y hasta se da un pequeño lugar para instalar alguna que otra sutil crítica a la falsa prédica institucional de la policía.
El comienzo, que incluye una toma aérea que sí funciona dramáticamente, muestra a un niño en el velorio de su padre, masacrado en cumplimiento del deber. Ese discurso de despedida que se escucha en off se impregna en la vida del muchacho que 20 años después ya es todo policía con todas las de la ley. Davis (Chadwick Boseman) ha crecido con la sombra y la imagen de su padre para convertirse en un oficial de investigación respetado. Menuda noche la que le toca. Dos ladrones se agarran a tiros en una entrega de cocaína y terminan matando a siete uniformados. Se les fue de las manos la cosa, y ahora hay sangre en la calle por la cual el alcalde tiene que dar explicaciones. A riesgo de que se escapen rápido de la isla de Manhattan y. con alto costo mediático y político, Davis propone cerrar los 21 puentes que la conectan con el continente. Una carrera contra reloj para resolver un caso en donde parece ser que hay algo más que un negocio de drogas.
Sobre este personaje recae toda la narrativa de la película, y el director Brian Kirk cuenta para esto con los tres elementos centrales para no caer en el abismo de las remandas fórmulas del género: Pulso narrativo, buena dirección de actores, y sobre todo un guión, decentemente escrito por Adam Mervis y Matthew Michael Carnahan, que astutamente construye un ramillete de acciones arraigadas en la construcción del protagonista (cuando elige disparar, hacer las cosas amparado en la ley, su olfato para descubrir cuando hay gato encerrado, etc.)
Sólida técnicamente, tanto en montaje como diseño sonoro y fotografía (sobran algunos pasajes de la banda sonora). y descansando en el buen desempeño de Chadwick Boseman que trabaja muy bien el estado de calma dentro de la tormenta, pero también cuando hay que correr o apuntar con cuidado de no usar la fuerza hasta que no hay otra alternativa. Boseman nunca abandona esa marca de la niñez de Davis que signó su carrera como policía, en especial cuando el relato lo apuntala como una potencial especie de Sérpico.
Hay elipsis cortas, subrayadas por el cambio de hora cuando el ritmo aumenta de velocidad y si bien el recurso funciona, a lo mejor se apura un poco en resolver algunas escenas porque no hay aquí vueltas de tuerca o desvíos argumentales, es decir, “Nueva York, sin salida” no pretende salirse de su esquema. ni ser otra cosa que un entretenido relato apoyado en la tensión efectiva del juego del gato y el ratón.