EL NUEVO ORDEN DEL CINE
La nueva película de Michel Franco responde a un par de parámetros que el cine latinoamericano ha aprendido a desarrollar a cambio de lograr notoriedad internacional. Hay por un lado una pericia formal evidente, en un cruce que va del cine de género al registro autoral, con un solvencia técnica que deja explícito un costado tan profesional como industrial. Y mientras eso se desarrolla en primer plano, para regodeo de una parte de la audiencia que exige determinadas variables disimuladamente mainstream, se elabora un discurso mayormente cínico sobre los problemas de la región, donde el desencanto se impone y el discurso político se balancea entre lo desorientado y lo confuso. Que la película del mexicano Franco haya ganado el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia es una comprobación de lo efectivo que resulta este discurso y de cómo ese “nuevo orden” que sugiere el título se le vuelve un poco en contra al director.
Hay que reconocer que el arranque de Nuevo orden tiene su fuerza cinematográfica y narrativa. Asistimos a una fiesta de casamiento de la alta sociedad mexicana, en una construcción fragmentaria que nos permite vislumbrar que allí se cocinan algunos asuntos del poder: la cámara va de aquí para allá, metiéndose entre los invitados, pero también entre el personal que trabaja en la fiesta, resaltando esas diferencias de clases en pequeños gestos. Y mientras estos sucede, el fuera de campo nos indica que algo está por explotar: una suerte de revuelta social que termina con un grupo de manifestantes invadiendo la casa y asesinando a varios de los asistentes a la fiesta. Está claro que Franco pensó su película a partir de esta larga secuencia, un tramo de una arquitectura perfecta, salvo por algunos trazos gruesos propios de la corrección política que busca subrayar la maldad del rico y la nobleza de los pobres. Aun con esas fallas señaladas, Nuevo orden muestra ahí a un director con el conocimiento suficiente como para construir imágenes poderosas y con carga política, y reflexionar desde la más pura fisicidad.
Decíamos que indudablemente Nuevo orden fue construida en función de esa larga secuencia. Y esto es así porque a partir de que los militantes irrumpen en la fiesta y la película se divide en subtramas, todo se derrumba formal y narrativamente. El film de Franco comienza a ingresar en lagunas pronunciadas, con personajes secundarios que van perdiendo fuerza y la búsqueda de giros narrativos que impacten en el espectador, a costa de llevarse puesto el propio verosímil. Pero tal vez lo peor de Nuevo orden es la confusión argumentativa en la que ingresa hacia el final, con un discurso político que parece abonar la idea de que todo da lo mismo, y que aquellos que tienen buenos gestos terminan muriendo. La película de Franco se instala cómodamente en ese discurso cínico y tan contemporáneo de mucho cine que triunfa en festivales. Un cine de personajes irrelevantes, cuyo destino no le interesa al espectador, más que como una confirmación de todos los prejuicios. Michel Franco es un buen discípulo de Alejandro González Iñárritu y de esa idea del cine como calvario y exposición de miserias, pero todo correctamente filmado. El nuevo orden del cine, que resulta premiado y distinguido.