El filme tiene todos los clichés del género y pocos aciertos.
El contundente plano secuencia que abre Nunca digas su nombre (The Bye Bye Man es su título original) nos recuerda bastante a la memorable Te sigue (2014). Un hombre estaciona su auto, se baja y llama a la dueña de casa. Cuando la mujer atiende, el sujeto le pregunta si dijo "el nombre". Ante la respuesta afirmativa de la mujer, el personaje dispara con una escopeta mientras repite una enigmática frase: "No lo pienses. No lo digas". Después ejecuta a unos vecinos, quienes también dijeron ese nombre que no hay que decir para que no se propague la maldición de "The bye bye man", una especie de fantasma con capucha que persigue a quien pronuncia su nombre.
La directora Stacy Title demuestra mucho pulso en la ejecución de ese formidable plano secuencia. Pero eso es todo. Lo que sigue es la trilladísima película de terror que, a falta de una buena idea, se permite innumerables licencias e introduce elementos utilizados miles de veces: desde puertas que se cierran de golpe hasta sombras que cobran vida en la oscuridad de una habitación.
La historia tiene como protagonistas a tres universitarios que alquilan una vieja casa fuera del campus. Después de liberar a The bye bye man en una sesión espiritista, los jóvenes tendrán que hacer todo lo posible para no pensar ni decir el nombre maldito. El trío está integrado por dos varones y una mujer, interpretados por actores que nunca llegan a ser convincentes en sus papeles.
La película tiene muchos problemas, pero el principal es que no se desarrolla el personaje de The bye bye man y tarda demasiado en aparecer. Tampoco se explica su origen ni por qué hace lo que hace. Además, viene acompañado de un perro cabezón que, si bien sale de lo convencional, es el hazmerreír del personaje.
¿Qué sentido tiene hacer una película que aplique los lugares comunes más comunes del género sin otro sentido más que el de provocar algún tímido susto? En el guión de Nunca digas su nombre no hay ni un atisbo de inteligencia, y lo que tiene que meter miedo no lo hace. ¿Habrá segunda parte? Por las dudas no lo pensemos, no lo digamos.