Que grande ha sido nuestro amor...
Esta película está llena de grandes nombres, de no poco talento y de una historia "trascendente", de esas hechas para conmover y "dejar pensando".
El director es el reverenciado Mark Romanek, un norteamericano que se consagró gracias a sus videoclips para artistas de la talla de Morrissey, Madonna, REM, Weezer, David Bowie, Red Hot Chili Peppers y Michael Jackson y que rodó hace ya casi una década la interesante Retratos de una obsesión (One Hour Photo); los protagonistas son los carilindos y ascendentes Andrew Garfield, Carey Mulligan y Keira Knightley, el guionista es el cotizado Alex Garland (habitual colaborador de Danny Boyle) y la novela que la da origen es del no menos prestigioso Kazuo Ishiguro (un favorito del cine, ya que sus obras fueron filmadas también por James Ivory y Guy Maddin).
Narrada en dos tiempos, sigue la historia de tres niños que viven recluidos del mundo en un misterioso orfanato hasta que -al cumplir la mayoría de edad- se les informa su triste destino: sus órganos servirán para trasplantes y, a la segunda, tercera o cuarta operación, perderán la vida. Lo que sigue es una fábula distópica, melancólica, romántica, trágica, épica y bella a la vez, con no pocos vicios del cine de qualté (el uso redundante de la música y una fotografía deslumbrante que cae por momentos en cierto regodeo narcisista, en un esteticismo algo artificioso).
Romanek apuesta en esta historia que, como bien dice la crítica de The New York TImes Manohla Dargis, es más orwelliana que dickensiana, por una frialdad, un distanciamiento que conspira contra la potencia emocional de semejante trama. Para colmo, sobre el final el director cede a la tentación de explicarnos todo aquello que ya hemos visto (y entendido). Un subrayado a todas luces innecesario. De todas maneras, sé de muchos colegas y amigos que han amado el film y, más allá de mis reparos, hay en Nunca me abandones méritos y atributos suficientes como para justificar su visión y, así, poder discutirla.