Con el milagro de una sonrisa
La propuesta de Nunca me abandones parece acorde con otro cine, el de hace un tiempo atrás, cuando la ciencia ficción saludaba de manera imprevista a través del cine de realizadores como Stanley Kubrick (2001: una odisea del espacio), Andrei Tarkovski (Solaris), Jean Luc Godard (Alphaville) o, sobre todo, Volker Schlöndorff (Entre la furia y el éxtasis).
Es a partir de un relato en off, que sitúa la trama a la manera de un extenso racconto, como el film de Mark Romanek (Retratos de una obsesión) se sumerge en un tiempo pasado, mediando los años '70, en un correccional inglés donde niños sin padres son adoctrinados de modo severo. La amistad aparece a partir de la atención de una niña al maltratado reiterado sobre uno de los niños. Más una tercera en discordia que oscilará entre ambos, modelando el afecto de maneras tales como sólo el paso del tiempo puede saber.
Pero esto no es todo, porque para adentrarse en ese tiempo ocurrido, el breve prólogo escrito de la película oficia a modo de advertencia, ya que fue en 1952 cuando la medicina dio el gran paso y pudo curar, para siempre, lo incurable. Es entonces que Nunca me abandones --basada en el libro de Kazuo Ishiguro- se circunscribe desde un tiempo paralelo pero muy parecido, así como en la literatura de Philip K. Dick.
Pero nada de paranoia entre alteraciones temporales sino que, mejor dicho, el film se piensa como una ucronía, como un "qué hubiese pasado si" o, aquí la paradoja mejor, como un "qué pasaría si". Porque la ciencia médica necesita, para sus logros, para cumplir con la promesa de la vida prolongada, de un acervo experimental, de una fuente de provisiones.
Será una maestra la que abra los ojos a estos niños, para luego ser expulsada a ese otro lado de un mundo del que no se sabe demasiado, del que --se sospecha- debe ser más o menos como el que transcurre dentro de las paredes y sus límites. El tiempo ocurre, las relaciones se acentúan pero se distancian, y los desplazamientos se suceden hasta llegar al momento crítico previsto, aquél que significa el cumplimiento de la función para la que se los ha engendrado.
Deshechos sin alma: ésta podría ser una de las maneras de definir y entender el lugar que la sociedad les ha brindado, cuando ya adolescentes y curiosos crean encontrar un reflejo humano exacto allí donde el acceso social les ha sido vedado. Drogadictos, criminales, pobres, cumplirán, entonces, el lugar de la mejor hipótesis paterna. Algo que, de todos modos, no inhibe la aparición del amor y la corroboración de un alma tan humana como la de cualquiera.
Así como sucedía en Los amantes crucificados (1954), de Kenji Mizoguchi, es entre la muerte y el castigo donde todavía brilla el milagro de la sonrisa entre los seres amados, capaz de jaquear al orden más seguro, al mundo más gris, así como a una vida ilusoriamente inmortal.