Acerca del amor y otras cuestiones
Basada en una novela de Kazuo Ishiguro, la película, plagada de grandes nombres propios, naufraga en su mar de pretensiones.
Hay una proliferación de nombres propios en el proyecto de Nunca me abandones. La novela que sirve de base al film es de Kazuo Ishiguro, un autor que ha sido adaptado antes al cine por directores tan disímiles como James Ivory (Lo que queda del día, La condesa blanca) y Guy Maddin (La música más triste del mundo). La versión corrió por cuenta de Alex Garland, guionista habitual de Danny Boyle, desde los tiempos de La playa y Exterminio. En el elenco figuran destacadas actrices británicas de distintas generaciones, desde las chicas Carey Mulligan y Keira Knightley –que antes compartieron elenco en Orgullo y prejuicio– hasta la veterana Charlotte Rampling, pasando por Sally Hawkins (la sonriente maestra jardinera de La felicidad trae suerte, de Mike Leigh). Pero, ya se sabe, el resultado no siempre coincide con la suma de las partes. Y a pesar de sus pretensiones –o precisamente a causa de ellas– Nunca me abandones termina siendo una película tan solemne como malograda.
La idea de producción parece un poco la misma que animó a Blindness, la versión de Ensayo sobre la ceguera de José Saramago que acometió el brasileño Fernando Meirelles: tómese una novela importante, preferentemente sobre un mundo distópico; cocínese a horno lento para que leve hasta hincharse; haga que sus actores expliquen en voz bien clara y alta todo aquello que ya se entiende desde la imagen y, junto con una fotografía gris y melancólica, podrá presumir de haber hecho una película sobre eso que alguna vez se llamó “la condición humana”.
Nunca me abandones transcurre durante las últimas décadas del siglo pasado, en una suerte de ucronía que lleva al extremo una situación real: ¿qué hubiera pasado si una sociedad obsesionada con la salud y la longevidad, como es la nuestra, hubiera llevado las cosas a un extremo y “criado” jóvenes sanos y puros para que luego sirvieran como donantes compulsivos de órganos, como meros repositores de partes? Desde la escena inicial, que es también la final, Kathy (Carey Mulligan) recuerda sus años de preadolescencia y juventud junto a Ruth (Keira Knightley) y Tom (Andrew Garfield, el de Red social). Los tres crecieron y se animaron juntos a la amistad y el amor en Hailsham, uno de esos típicos internados británicos a los que el cine de las islas siempre ha sido tan afecto, desde If hasta la saga Harry Potter, que hizo famoso a Hogwarts. De hecho, en Nunca me abandones es como si a Harry, Hermione y Ron los hubieran preparado no para el mundo de la magia, sino para el de la resignación y la muerte.
Es claro que la estricta educación que se imparte en Hailsham –bajo la dirección de una Dumbledore femenina (Charlotte Rampling)– tiene como objetivo que sus alumnos terminen en una mesa de operaciones, antes de los 30 años. Por eso el trío protagónico deberá aprender a valorar mejor el tiempo escaso, que se les escapa como arena entre las manos. ¿Será quizás que si sus dibujos y pinturas son elegidos para una hipotética “Galería” podrán pedir un aplazamiento a su sentencia, porque demuestran que tienen no sólo el talento sino también el espíritu suficiente como para seguir viviendo?
A esa altura, en la película empiezan a crecer como hongos los subrayados y las mayúsculas y se discurre acerca de temas tan elevados como el Arte, el Amor y el Alma, en ese orden. El director a cargo –el ubicuo Mark Romanek, que se hizo un nombre con videoclips para Madonna y el grupo R.E.M.– filma todo esto como si se tratara de una sesión fotográfica para lanzar la temporada otoño-invierno de una casa de ropa para jóvenes tristes.