Se me ha perdido un corazón
Qué feas son las películas que chorrean literatura. Nunca me abandones tienen planos perfectos, luminosos, opacos, serenos, bla, bla, bla, más o menos como las tapas amarillo patito de Anagrama. Y yo no sé si la novela de Ishiguro tendrá goyete o qué, pero la película (que está basada en un bestseller del mismo bestsellerista de Lo que queda del día) es el relato de ciencia ficción más cobarde que una mente humana pueda concebir. A ver: dos chicas y un chico criados en rígido colegio de la campiña inglesa (triángulo amoroso, claro) se enteran en la pubertad de que fueron producidos como clones para destinarlos a la donación de órganos. Sin embargo, ni bien reciben la noticia de la maestra llorosa Sally Hawkins, el dato se disuelve y la película se dedica a contar el primer amor de la rubia (Carey Mulligan) hacia el rubiecito que finalmente es birlado por la morocha (Keira Knightley). Los chicos crecen, aislados del mundo, y llega el momento para primeras donaciones. ¡Ah! ¡Cierto que eran clones destinados a la donación de órganos!
Ahora se viene el drama verdadero porque los chicos se enfrentan con la muerte, y entonces se resuelven rápidamente y en el mismo movimiento los destinos de los clones y la criogénica historia de amor adolescente. Pero: el amor entre la chica rubia y el chico pelado parece el verdadero producto de laboratorio, porque primero él se puso de novio con la morocha y después estuvieron diez años separados sin buscarse y sin impedimentos visibles. Segundo pero: con la misma pasividad que los personajes aceptan (es decir, que la historia produce torpemente) ese destino trágico amoroso, se acepta la muerte. Y ahí me preguntó si habrá un espectador que no se haya preguntado a esta altura de la película: ¿por qué no se tomaron un tren? ¿Por qué nunca se les ocurrió escaparse? ¿Por qué nunca cuestionaron nada? Ah, la primera razón es que la historia tenía que terminar con Carey Mulligan diciendo lo que todos sospechábamos: “me parece que no somos tan distintos de la gente común”. Claro, porque nosotros también nos enamoramos y donamos órganos (o no) y estamos sometidos a la muerte, ergo: la película es sobre todos nosotros. Entonces, segunda razón: a la historia no le interesa en lo más mínimo desarrollar su costado sci-fi porque está demasiado apurada por ser una metáfora, pero incluso en ese punto es difícil involucrarse con el dramita de estos clones que nunca parecen haber estado vivos. Ellos donan sus hígados y sus riñones pero no es tan seguro que tengan corazón.
Mientras tanto a Mark Romanek le gusta filmar a Carey Mulligan (que está muy linda, mientras que Keira Knightley parece un perro flaco con esos colmillos y el pelo marrón insulso) con gorrito de lana, sentada frente al mar y reflexionando, como imagen suprema de la profundidad discreta acompañada de violines, a medias entre el sufrimiento indie y el drama de mansión inglesa, como si supiera que necesita poner muelles y cielos nublados para tapar tanto vacío.