Un visitante extraño y misterioso se mueve con sigilo entre las casas costosas e iguales de una urbanización privada en Polonia. Es un masajista con ciertas cualidades que escucha y lleva consuelo a esos habitantes angustiados, disconformes, traumados, tristes, ricos tensos e infelices. Como si se tratara de un catalizador, un ángel, una presencia mágica, este masajista forzudo con cuerpo trabajado de bailarín, carga con su mesa y sus toallas para repartir sus dones en cada residencia. De su historia poco se sabe: tenía siete años cuando explotó Chernobyl , el vivía con su madre en una población cercana. Con su poca edad y sus “poderes” intentó curar en vano a su mama, afectada por la radiación. De hecho cada vez que le preguntan su origen hay algún chiste se cuela con respecto a su peligrosidad. Apenas comienza la película obtiene su residencia en esa devastada ciudad polaca durmiendo al funcionario que le pone peros a su trámite. Casi como un homenaje a “Teorema” de Pasolini, este hombre más sutil y recatado lleva un poco de alivio a cada vecino afectado por la enfermedad, o los prejuicios, la discriminación, la soledad, la incomprensión. Un film que requiere cierta complicidad del espectador para entrar en ese juego fascinante donde ese personaje en determinados momentos, como guiños cómplices hace uso de sus “poderes”. El actor ruso Alec Utgoff, con su talento, maravillosamente iluminado para subrayar las características de su personaje, Zhenia, está perfecto para este rol imaginado y realizado por Malgozzata Szumonska y su habitual colaborador Michal Englert. Un elenco impecable para dar vida a cada uno de los integrantes de esa vecindad.