EL JOVEN MANOS DE MASAJISTA
El tópico del desconocido que llega para revolucionar a un grupo de personajes es reconocido y tiene amplios exponentes, pero hay algo en la película de la prolífica directora polaca Malgorzata Szumowska, codirigida junto a su director de fotografía Michal Englert, que la vincula con El joven manos de tijera de Tim Burton. Ese barrio de suburbio al que Zhenia -el protagonista- llega con su cama para hacer masajes, la forma en que moviliza aspectos sexuales de las mujeres con que se relaciona y en el destaque de que el personaje sobresalga en un trabajo manual hay mucho de aquella criatura melancólica interpretada por Johnny Depp.
Claro que mientras a Burton lo movilizaba el cuento gótico y, en especial, una relectura de Frankenstein, en el film de Szumowska y Englert hay mucho del realismo social del cine de la Europa del Este y las intenciones son decididamente políticas. Pero, siempre hay un pero, la aparición subrepticia de algo que podríamos llamar realismo mágico convierte a Nunca volverá a nevar también en una suerte de relato fantástico donde el personaje, como aquel, termina preso de su propio destino, un poco trágico pero también un poco positivo, en la manera en que termina influyendo en los personajes con los que se cruza.
Por lo pronto, este joven manos de masajista llega a Polonia proveniente de Ucrania, y ya en la primera escena podemos ver la forma en que utiliza su talento: no solo es hábil para descontracturar cuellos y espaldas, sino que además lleva a sus clientes a un estado de trance que los conecta con algún conflicto personal. Hay en ese elemento disruptivo de un relato que parece querer ser otra reflexión sobre la inmigración europea, una apuesta por el surrealismo, por llevar la historia a un territorio cercano al cuento de hadas donde lo mágico obre de forma sanadora. Y si ese carácter reparador lo vuelve un cuentito un poco molesto, la fotografía de Englert y ciertas metáforas visuales la convierten en algo realmente empalagoso. Ahora bien, esa resolución surge como una capa más en una sumatoria de niveles con los que Nunca volverá a nevar nos envuelve en un clima de extrañeza, antes que como aplicación de una moraleja berreta. Entre lo críptico y el manual de autoayuda surge este producto extraño y estimulante de a ratos. La intención de que la película opere sobre nosotros como Zhenia sobre sus clientes se cumple a medias, aunque nos moviliza en su constante imprevisibilidad.