Una película de ciencia ficción postapocalíptica con Tom Cruise y Morgan Freeman no puede ser mal prospecto. En este caso, la parte “espectáculo” funciona muy bien, con bellos movimientos y elementos de acción que provocan una emoción genuina. El problema es que la intención de dejar un mensaje clarísimo respecto de la ecología, el armamentismo, el lado oscuro de la Humanidad, los peligros de la ciencia, etcétera conspiran constantemente contra la aventura. La Tierra ha sido devastada por la guerra contra unos aliens, Cruise es de quienes se encargan de hacerle cierto mantenimiento al planeta, y un accidente lo lleva a descubrir que la historia oficial podría estar equivocada.
Contra lo que luchan los protagonistas, pues, es contra un guión que intenta, cada cinco minutos, establecer la utilidad del film en lugar de dejar que estos personajes vivan por sí mismos y nos contagien sus reacciones. Aún así, el director Joseph Kosinsky (responsable de la casi soporífera “Tron: el legado”) demuestra buen gusto, interés por sus protagonistas y deseo lúdico a la hora de la aventura, lo que compensa la pesadez filosófica (e inútil por lo trivial) de ciertos sectores del film. Cruise y Freeman, como siempre, causan un placer enorme a la hora de verlos, uno de esos placeres que –¡caramba!– andan escasos hoy día.