Nostalgia del paraíso
La película de ciencia ficción “Oblivion”, con Tom Cruise en un rol protagónico, imagina la (casi) extinción del planeta Tierra y la supervivencia de la especie humana en una de las lunas de Saturno. Nuestro comentario.
2077 no es inimaginable, pero el paisaje postapocalíptico del filme de Joseph Kosinski (Tron: El legado) resulta desolador, sobre todo para esa parte de la audiencia que es testigo potencial. El planeta azul en el que vivimos prácticamente ha muerto; después de varias explosiones atómicas, la biosfera reorganizó su equilibrio al son de terremotos y tsunamis. De la civilización y los ecosistemas quedan escombros, y los seres vivos brillan por su ausencia.
La humanidad sobrevivió a una guerra, tras una invasión alienígena, y el costo fue la pérdida del planeta. Los homo sapiens viven en Titán, una de las lunas de Saturno, y para poder hacerlo hay que transformar el mar en energía. Es por eso que Jack (Tom Cruise) patrulla unos enormes reactores alojados en la Tierra; acompañado por su mujer y supervisado desde Saturno por una oficial que les da la bienvenida todas las mañanas, pasa sus días. Son un equipo perfecto, y muy solitario, pues literalmente viven en un penthouse flotante en las nubes, fuera del alcance de los “carroñeros”, los viejos enemigos provenientes de algún planeta lejano que residen en nuestra Tierra baldía, siempre intentando sabotear las tareas técnicas que sostienen la vida de nuestra especie.
Pero no todo es lo que parece, como se intuye en la repetición de una escena onírica: un sueño recurrente con una bellísima mujer y el Empire State en un tiempo remoto, casi mítico, perturba a Jack.
La ciencia ficción suele predisponer a la metafísica y a la actividad filosófica. En ese sentido, la película carece de la fuerza conceptual de filmes como En la luna, Solaris e Inteligencia artificial y, más que exponerlas con inteligencia, balbucea algunas ideas. Su punto fuerte está en la resolución visual de un mundo sin entidades vivientes, una existencia extenuada.
Más que Oblivion (Olvido), el filme podría llamarse “Nostalgia”. Jack parece añorar un tiempo paradisíaco: una cabaña, un par de libros, un tocadiscos. No se trata de un mito de origen, sino de un tiempo preciso, anterior a la digitalización de nuestro mundo.
Más allá de las vaguedades teológicas con las que se cierra Oblivion, es en ese contraste antitético entre lo digital y lo analógico en donde se percibe la virtud característica del género: acicatear la especulación filosófica mediante el libre ejercicio de la imaginación. Entre tiros y efectos visuales, a veces asoma el pensamiento.