Hay tres películas entreveradas en Observando al observador . Una se sigue con el interés creciente de acercarse a unas historias particulares, con buenas protagonistas, especialmente Olga Talamante Castillo, de singular carisma. Talamante Castillo y Patricia Erb fueron detenidas y torturadas en los años setenta en la Argentina. Ambas son de nacionalidad estadounidense. Sobre todo en el caso de Talamante Castillo se nos presentan las negociaciones, los intereses, las contradicciones políticas de los Estados Unidos, con declaraciones de quienes participaron del movimiento por su liberación.
La interacción entre las dos protagonistas, la puesta en común de recuerdos y vivencias dolorosas, simplemente sentadas en una mesa, es lo mejor de este documental sin deficiencias en la imagen ni en el sonido (con tanta producción local lamentable en estos aspectos vale destacarlo).
La otra película es la de las declaraciones de los expertos o involucrados en la época: sólido lo del chileno Hugo Gutiérrez, muy rica la historia del ex funcionario estadounidense Tex Harris, amable y atractiva la versión de los hechos sociales de Alcira Argumedo, poco cinematográfica y más didáctica en el peor sentido la de Norberto Galasso. Más allá de las diferencias, la suma de declaraciones sirve como contexto y como punto de partida para una discusión que no se termina de plantear en toda su riqueza.
Hay un dato fundamental: Talamante Castillo fue detenida en noviembre de 1974 y liberada poco después del golpe del 76. Es decir, estuvo detenida bajo el gobierno de Isabel Perón. La única mención a su violento gobierno la hace Argumedo. Luego el discurso se simplifica y la maldad "se estaciona" en la dictadura y en la política exterior de los Estados Unidos.
La tercera película contenida dentro de este documental, la más floja, pero que, a la vez, tenía más potencial (a pesar de haber muchas sobre el tema), es la que se centra en el análisis del rol de los Estados Unidos en los setenta en el Cono Sur. Desde el título, un poco rimbombante, se alude a esto. Y desde el principio, la voz de la chica-investigadora-comentadora (un personaje-marco bastante innecesario), se apela a un simplismo bienpensante e intermitente que opaca parcialmente los méritos de la historia central. Para acusar a los Estados Unidos por sus actos en los setenta bastaba con citar dos párrafos (o incluso uno) del libro Juicio a Kissinger , de Christopher Hitchens. Con eso no eran necesarios los lugares comunes y simplistas sobre las "relaciones carnales" de los 90 y lo que vino después.