UN RIDÍCULO QUE NO DIVIERTE
Obsesión es la tercera película como director de Steven Knight, un guionista con algún título destacado como Promesas del Este, de David Cronenberg, pero también con cosas bastante insatisfactorias como Aliados o la paupérrima El séptimo hijo. Y Obsesión, uno de esos mejunjes capaces de arruinar la reputación de un buen elenco (Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Diane Lane, Jason Clarke), tiene muchos de los típicos vicios de guionista devenido en director: un conocimiento enciclopédico del cine que le permite surfear diversas superficies genéricas sin ton ni son y una apuesta por la estructura que se impone a lo narrativo hasta caer en situaciones de lo más forzadas e injustificadas. El film, que arranca como una suerte de noir cruzado con cine de aventuras, se vuelve una de ciencia ficción aleccionadora, que parece ser el único destino de la ciencia ficción de un tiempo a esta parte. Pero lo peor de todo este despropósito es que nunca logra volverse algo divertido o Clase B porque hay cierta pretensión filosófica dando vueltas. Y ahí sumamos otro mal de guionista devenido en director.
El personaje de McConaughey es como tantos otros personajes de McConaughey: una suerte de arribista simpático al que las cosas se le van de las manos. El tipo tiene un barco, les cobra a los turistas por salir de pesca y además mantiene una relación con una mujer madura que le paga por tener sexo con ella. Pero hay más: una cosa lo obsesiona y es un atún con el que tiene una historia del pasado y que una y otra vez se le escabulle cuando está a punto de pescarlo. Hasta ahí tenemos dejos de aventura marítima, con referencias ramplonas a Moby Dick. La aparición de Hathaway le da la vuelta de tuerca para que la película avance pero, además, para que se convierta en una suerte de neo noir: porque ella es la ex de él y le pide que se cargue a su nuevo marido, un tipo desagradable, golpeador, borracho, mujeriego y -otra vez- desagradable, al que Jason Clarke juega con el trazo más grueso del mundo. El plan es llevarlo de excursión y en medio del mar, arrojarlo y que se lo coman los tiburones. Como en el buen cine negro, con el hombre derrotado moralmente y la rubia manipuladora dando vueltas, las cosas no van a salir bien. El problema de Obsesión no es la previsibilidad que le brindan los subgéneros, sino los giros que da Knight para intentar sorprender al espectador hasta agotar todo verosímil.
Hay durante la primera parte del relato ciertos elementos sobrenaturales y personajes secundarios que dejan picando la sospecha de que algo no está del todo bien. Ese desacople narrativo, que no vamos a develar aquí, se resuelve faltando un buen trecho y Knight deja demasiado tiempo para que el golpe de efecto asiente en el espectador y el ridículo se exponga sin más. Una cosa es un final sorpresa en el último minuto, que nos haga repensar la película mucho después de terminada a esto, que sucede cuando queda media hora y nos permite desarmar lo narrativo y descubrir lo berreta de todo el asunto. Como un mago demasiado confiado de sus trucos, el director y guionista exhibe los hilos de un andamiaje endeble, dispuesto sólo para jugar a la vuelta de tuerca. Pero, además, pretende elaborar ciertas reflexiones sobre la justicia, la violencia doméstica, las relaciones paterno-filiales y las infancias rotas que hacen un poco de ruido. Una lástima, porque las pésimas actuaciones de McConaughey, Hathaway y Clarke daban para divertirse con saña de los 106 minutos más ridículos que Hollywood nos ha dado en mucho tiempo.