EL FIN DE LAS ESPECIES
Una película cuya única defensa pasa por la belleza de un pulpo, un festín darwinista que parece una escena bélica en altamar de Pearl Harbor, un “barrio” en el fondo del mar en el que está de moda el mimetismo y unas medusas impetuosas.
Después de un majestuoso plano cenital del mar se ve a unos niños y preadolescentes corriendo hacia el mar: “¿Qué es el océano?”, dice el narrador en off, omnipresente pero no siempre parlante, mientras un chico contempla la inmensidad del océano. La respuesta, lógicamente, es la totalidad de la película, un conjunto de registros asombrosos con los que se intenta conjurar una noción utilitarista de la naturaleza (marina).
Una iguana emergiendo de las profundidades es la primera criatura visible. ¿Es un buzo por otros medios? En sus ojos, minutos más tarde, se reflejarán las emisiones de un cohete espacial, lo que sugiere una tesis: el cielo aún inexplorado tiene su correlato en las profundidades del mar. Son dos cosmos fascinantes: lo que es arriba es abajo.
“Llegará un día que nos habremos hastiado de estas cosechas de imágenes desconocidas”, decía André Bazin sobre El mundo del silencio, de Cousteau, un pionero en el género. Perrin y Cluzaud ofrecen miles de imágenes de la vida en el mar. Casi todas sorprenden: un pulpo anaranjado, las medusas, una mantarraya y miles de criaturas que sólo un biólogo especializado podrá reconocer contradicen la advertencia de Bazin. Un “ejército” de cangrejos rumbo a una batalla es un pasaje admirable, y la secuencia de un navío en altamar luchando por mantenerse a flote resulta misteriosamente poderosa. No hay efectos especiales, y nuestra especie allí parece vulnerable.
Océanos no se priva del sermón proteccionista, ni de apelar a la culpa de especie, ni de explicitar empatía con las criaturas marinas antropomorfizándolas. Si bien el darwinismo es la filosofía que develan las imágenes, al final se invita a creer en la reconciliación de las especies y en la armonía universal, algo subrayado por un hombre que se desliza al lado de un tiburón como si se tratara de un camarada ecológico. Océanos habría sido extraordinaria si hubiera prescindido del discurso y de su música (berreta), y hubiera creído enteramente en sus protagonistas sin lenguaje.