Ladronas de medio pelo
El guión de Ocean’s 8: Las estafadoras no está a la altura de un elenco impresionante de actrices extraordinarias y carismáticas.
Es cierto que uno lo dice con el diario del lunes, pero da la sensación de que la continuación natural de la franquicia de La gran estafa era esta: una versión protagonizada por un elenco solo de mujeres. No era tan evidente cuando hicieron lo mismo hace dos años con Cazafantasmas y es de esperar también que Ocean’s 8: Las estafadoras tenga una recepción mejor por dos motivos: La gran estafa no forma parte del acervo de nostalgia que los fans vieron mancillado con la nueva Cazafantasmas, y la valoración del rol de las mujeres en el cine cambió exponencialmente en estos dos años que separan una película de la otra. Pero es injusto: la película de Paul Feig era muy buena y no tenía nada que envidiarle a la original de Ivan Reitman; Las estafadoras, en cambio, está lejos de aquella extraordinaria película de Steven Soderbergh.
No es que esté tan mal tampoco. Soderbegh –que acá solo produce y delegó la dirección en Gary Ross, un tipo que no es ningún improvisado: fue responsable de la primera Los juegos del hambre y de la extraordinaria Alma de héroes– hizo lo que se esperaba para una película como esta: juntó un elenco de estrellas y las largó a la cancha. Pensemos que así comenzó todo: La gran estafa era una remake de Once a la medianoche, una película de 1960 protagonizada por Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis, Jr. y Peter Lawford, cuatro actores y amigos en la vida real que conformaban el célebre Rat Pack. La única virtud de esa película, una de las últimas dirigida por Lewis Milestone, era esa: ver al Rat Pack robando los mismos casinos en los que cantaban y en los que perseguían meseras en la vida real.
Para La gran estafa, Soderbergh consiguió a George Clooney, Brad Pitt y Matt Damon. Y en Las estafadoras no se quedó atrás y hasta quizás se haya superado: Sandra Bullock, Cate Blanchett, Anne Hathaway, Helena Bonham Carter, Sarah Paulson, Mindy Kaling y hasta Rihanna. El problema es que cualquiera que haya visto con atención La gran estafa, sobre todo comparándola con Once a la medianoche e incluso con sus dos secuelas, se da cuenta de que su gran virtud no está en el elenco, de que no se trata de juntar un elenco de estrellas y largarlas a la cancha. Por supuesto que ese es el corazón de la franquicia, que resulta un punto de partida encantador y ganchero, y que es fundamental. Pero lo verdaderamente bueno de La gran estafa está en otro lado, en lo más importante de todo, en el centro de la película: la estafa.
A la manera de las películas de Jean-Pierre Melville (en especial Bob le flambeur y El círculo rojo), La gran estafa se detenía en los detalles del robo, dosificaba la información, y al final nos hacía admirar a esos once tipos ingeniosos e inteligentes que habían logrado algo que parecía imposible, y lo habían hecho a la perfección.
Esa es la parte que falla en Las estafadoras. El cambio de robar plata de un casino a robar un collar de la Gala del Met es una gran idea que tenía el potencial de, por un lado, poner en marcha el costado Jean-Pierre Melville del asunto, y por el otro, jugar con humor con todo lo femenino. El plan para robar el collar resulta bastante inverosímil y facilista, repleto de agujeros (¿unos lentes que transmiten por wifi la arquitectura exacta de la joya?, ¿una máquina que fabrica una réplica exacta tipo impresora 3D?, ¿unos guardias que no entran al baño junto con la joya porque es de mujeres?, vamos), y todo el humor y la ironía que uno podía esperar se diluyen en un par de comentarios al pasar. El cameo de Anna Wintour, por más simpático que sea, es el adorno que acentúa la fealdad del adornado.
A pesar de todo esto, cerca del final hay una vuelta de tuerca atractiva que ubica a Anne Hathaway en el lugar de la gran estrella de la película y que me hizo salir del cine con una sonrisa. Las estafadoras pierde en comparación con La gran estafa (no así con sus dos secuelas y mucho menos con la original de 1960) pero no es por culpa de las actrices, que merecían poder protagonizar un robo como Dios manda.