Octubre Pilagá es módica y humilde como expresión cinematográfica, y su verdadera fuerza radica en la denuncia.
Si uno tiene en cuenta la dirección que ha tomado el cine documental en la Argentina de los últimos 15 años, con una reiteración temática sobre los hechos ocurridos en la década del 70 -y esto sin un juicio de valor-, la aparición de una obra como Octubre Pilagá, de Valeria Mapelman, no sólo sorprende por su corrimiento de la unidad temática sino además porque indaga en una cuestión que, para la historia oficial, estaba en un fuera de campo absoluto: la matanza de indígenas en el norte del país en 1947 ejecutada por Gendarmería, durante el gobierno de Juan Domingo Perón. Una historia que, sin dudas, llama poderosamente la atención, aunque uno entiende que las causas de los pueblos originarios parecen condenadas de pleno a un ostracismo histórico. Tanto esta como las que se viven en el presente.
Tal vez se puede acusar a Mapelman que en vez de indagar y bucear en los hechos, directamente denuncie, se ponga en el lugar de fiscal: califica a Perón de genocida, así de simple. En ese sentido se parece bastante a El rati horror show de Enrique Piñeyro: una especie de bronca epidérmica sobre hechos poco claros y silenciados. Sin embargo, ahí donde Piñeyro recurre a la sátira y a la ironía, Mapelman registra casi ascéticamente, con nula intervención ante las cámaras y dejando rodar los hechos a partir del recuerdo que tienen los sobrevivientes. Justamente para esta época, octubre de hace 63 años, por orden de funcionarios del gobierno peronista estos indígenas formoseños eran acribillados a balazos. El acercamiento a documentos secretos confirma lo ocurrido, y Mapelman los utiliza a favor de su denuncia.
Las herramientas que la realizadora usa para contar Octubre Pilagá llegan hasta diarios de la época que, hace más de medio siglo, se comportaban como los de hoy: en este caso, cómplices del Estado, usaban términos como “malón” o “rebelión” para signar a los aborígenes y demostrar que, en todo caso, Gendarmería actuaba sobre la violencia de los propios indios. O, incluso, que llegaba a haber acuerdos cuando en verdad se había arrasado el territorio. Octubre Pilagá es módica y humilde como expresión cinematográfica, y su verdadera fuerza radica en la denuncia. También, en la posibilidad que le brinda a los sobrevivientes de contar su versión de los hechos, emulando de alguna forma la tradición oral de los originarios. Esa tradición que se usaba para ungir mitos y leyendas, pero que aquí adopta la cara cruel, violenta y real del Siglo XX. O, en todo caso, mito que se cruza con otro mito, el de la liturgia justicialista, la dignidad de la justicia social y la victimización histórica. Como dicen, viene bien recordar el pasado para repensar el presente.