Llorando en el espejo
¿Cuánto hay de real en la imagen que nos devuelve un espejo? ¿De qué lado está el mundo real y de qué lado el puro reflejo? Mike Flanagan da un giro siniestro a esta inquietud en su nuevo film Oculus (2013), basado en un corto del año 2006 obra del mismo director.
Un antiguo espejo parece ser el responsable de múltiples tragedias y eventos paranormales a través de los siglos, entonces Kaylie Russell (Karen Gillan) junto con su hermano Tim (Brenton Thwaites) intentarán demostrarlo y así esclarecer los confusos sucesos que devinieron en la muerte de sus padres y la internación de Tim en un instituto psiquiátrico once años atrás.
Al igual que en su film anterior Ausencia (Absentia, 2013) Flanagan hace un buen trabajo dosificando la información en pantalla, planteando un paralelismo marcado entre el presente de los hermanos Russell –ahora jóvenes adultos- y los extraños hechos que tuvieron lugar once años atrás en la casa de la familia. Conforme la trama avanza, la historia se va desenvolviendo en pequeñas dosis y puntos clave irán siendo develados para entender porque sucedió lo que sucedió, y como los hermano intentarán unir todas las pistas. Aquí tal vez se encuentre el punto más alto de un film que trabaja menos sobre el terror en su sentido gráfico y mucho más sobre el misterio y la intriga de aquello que se desconoce.
La película pierde un poco de fuerza hacia el tercer acto, se enreda en su propio laberinto de realidad versus ilusión. Ciertas acciones de los personajes se vuelven bastante zonzas y contradictorias –como en toda película de terror que respete ese costado desgraciado del canon - y algunas idas y venidas no hacen más que demorar un desenlace que si bien no es del todo previsible, se puede vislumbrar un poco antes de tiempo y deja las cosas bastante armadas como para esperar una lógica secuela en el futuro próximo.