La huella de Polanski.
Si la anciana del “chino” donde suele hacer las compras es o no es la culpable de las extrañas aventuras en las que comienza a verse envuelto Marcos es lo de menos. En otras palabras: la maldición que la mujer profiere en mandarín, y que parece prestarle el título a la película, podría ser o no ser el disparador esencial de la trama. Algo razonable teniendo en cuenta que Ojalá vivas tiempos interesantes entrecruza, sin fronteras a la vista, los terrenos de la realidad y la ficción, el particular día a día de su protagonista con los engranajes de la narración que su mente comienza a dictarle a los dedos. Marcos (interpretado por Ezequiel Tronconi) es, lógicamente, creador de historias. Un escritor. De cuentos para niños, para mayor precisión. Aunque en el prólogo que abre el film, cuatro años antes de los hechos interesantes, decide abandonar esa carrera para dedicarse de lleno a la literatura para adultos, sección policiales. Abandonado por su pareja, solitario y casi final, el tiempo lo ha transformado en un literato ignoto, un sobreviviente cuyo sostén económico es una cuidada colección de plantas con poderes psicotrópicos, que vende puerta a puerta e incluso de forma ambulante bajo la forma de brownies.
El primer largometraje de Santiago Van Dam (guionista del documental La peli de Batato) lo encuentra desarrollando varios géneros cinematográficos en una apuesta ambiciosa, bajo el manto de un aire que sólo puede describirse como polanskiano. No tanto agorafóbico como ajeno al contacto con otros seres humanos, más allá del intercambio comercial de sus creaciones psico-culinarias, el departamento que habita hace las veces de útero protector. Es por ello que cualquier intromisión del portero o de ese molesto vecino medio jipi y fumón (Julián Calviño) es capaz de encender la mecha de un explosivo peligro para el precario equilibrio de su universo. Las miradas por los visores de la puerta, casi un topos en el cine del realizador polaco, están aquí a la orden del día, como así también las escuchas detrás de puertas ajenas o las esperas ante un pasillo desértico apenas iluminado. Teniendo en cuenta lo tónica de aquello que Marcos vuelca en el procesador de texto, la muerte violenta llegará más tarde o más temprano, y el film se da una vuelta por los caminos del gore antes de que el extrañamiento comience a tomar por asalto cualquier atisbo de naturalismo.
A diferencia de muchos thrillers y policiales locales con ínfulas industriales, la película de Van Dam encuentra en un presupuesto moderado y escasas locaciones la libertad necesaria para no caer en la acumulación de lugares comunes. Incluso el encuentro con una sugerente y enigmática bailarina española (Emilia Attias bajo rigurosa máscara) posee un cierto misterio que nunca cae en el erotismo de diseño. Y si bien es cierto que casi dos horas de metraje parecen un poco excesivas para los escasos elementos que sostienen el relato (hay varias subtramas que aparecen y desaparecen rápidamente), el guion escrito por el mismo realizador posee el suficiente ingenio como para que el interés nunca decaiga e ingrese en el terreno del tedio.