La historia del escritor sin inspiración que cuenta "Ojalá vivas tiempos interesantes" parece una ironía sobre la mismísima película: un relato anodino que nunca encuentra un desarrollo interesante. Marcos, el protagonista, fue alguna vez un exitoso autor de libros infantiles, pero llega un día en que quiere convertirse en un escritor serio y encara la obra que lo redima, mientras en su departamento cultiva flores alucinógenas -erythrinas- que luego seca para fumarlas y/o comercializarlas. Lo cierto es que el joven escritor no encuentra ni las musas ni la historia que intenta contar. Y a la película de Santiago van Dam le ocurre lo mismo. Aunque, es preciso aclararlo, el fracaso del filme no es consecuencia de la ausencia de relato en la novela que está escribiendo el protagonista. En cine, se sabe, puede perdonarse la falta de historia o relato literario, pero es imprescindible un relato cinematográfico. Algo de lo que carece esta película, donde apenas sobreviven algunos sketchs graciosos, la mayoría gracias a un vecino hippie y seductor de mujeres. El resto se vuelve laxo e insustancial, a pesar del intento del director de convertir una comedia fumona en un thriller sangriento.